David Romero
Lo que la tradición filosófica occidental moderna ha
intentado explicar es el “objeto” (aquello que nos rodea) a través del sujeto. En
palabras de I. Kant hay una imposibilidad de conocer el objeto de manera
profunda (la verdadera verdad o “Naturaleza” de las cosas) sino que solo vemos
objetos. En la misma sintonía se ha planteado que “Conocer al hombre es conocer
al mundo” esto ha delimitado la capacidad de acción del hombre y lo que no lo
es se ligará a la naturaleza siempre “dispuesta” a ser modificado a los fines
del hombre.
Esta separación Naturaleza y cultura en tanto animal-hombre,
nos lleva a enfocarnos en el carácter excéntrico del humano que ha sido
tradición y que, desde esta perspectiva, Max Scheler define como esfera psíquica,
impulso afectivo-instinto o memoria asociativa que podría señalarse como
pensamiento conceptual, algo que se desvincula de lo orgánico. Es la capacidad
de poder adjetivarse por medio de la autoconciencia, es decir, la esencia “espiritual”.
Aquí el carácter negado del hombre, carente de una naturaleza que le permita
sobrevivir a la intemperie, esta no naturalidad desde este punto de vista es
suplida por la cultura.
La filosofía del
idealismo trascendental kantiano plantea la crítica del hombre como ser
racional y brinda la prioridad del sujeto sobre el objeto, ergo del concepto,
signos y significaciones. Porque aquello que se nos presenta, la racionalidad
humana lo nómina. Esto construye la base moderna de que todo es una representación
del sujeto.
Aquí encuentro una
puerta por donde entrar desde las ciencias de la comunicación y retomo a W.
Lippman para referirme a la disputa por la opinión pública, en los análisis que
interesan a mi vía de investigación, es decir, el conjunto de ideas
preconcebidas, creencias y valores compartidos y reproducidos por un grupo
social. También se le podría llamar “Cultura”. Estas características conforman
lo que el autor menciona como “pseudoambiente”. El mismo es caracterizado como
la forma que los individuos tenemos para observar el mundo en la imposibilidad
de percibir lo real en nuestra condición humana: “El verdadero ambiente es,
en su conjunto, demasiado vasto, demasiado complejo y fugaz para el
conocimiento directo. No estamos equipados para tratar con tanta sutileza,
tanta variedad, tantas permutaciones y combinaciones”. Es decir, que el
sujeto traza un mapa ante la inabarcable realidad y “aunque debemos actuar
en ese medio, tenemos que reconstruirlo sobre un molde más sencillo antes de
poder manejarlo.” (Lippman, 1964). Nuestras creencias culturales son los
esquemas desde los que nos representamos el mundo.
Esto no lleva a pensar que la real batalla por el poder se
da en un aspecto cultural-simbólico, se materializa en expresiones políticas
concretas e inciden en la realidad. El autor menciona cuán indirecto es nuestro
intento por percibir la realidad absoluta y concluye: “Las noticias nos
llegan a veces con rapidez, otras veces con lentitud, pero tomamos lo que
creemos ser una imagen verdadera por el ambiente auténtico” (Lippmann,
1964, p.14). Podríamos pensar que los individuos vivimos a través de la
creación de ficciones del mundo, en términos de Lippman, que no quieren decir
mentiras, sino representaciones.
Ante estas lógicas
de poder Michel Foucault, en una arqueología de las ciencias humanas, basa sus críticas
al proyecto antropológico que instaura Kant y nos ayuda a pensar la
configuración occidental contemporánea en términos de relaciones de poder. Así
entender las narraciones de control y orden, es decir, cómo funciona, cómo se
ejerce, cómo se distribuye el poder y a qué tipo de sujetos privilegia para
luego pensar en las perspectivas no antropocéntricas.
Entiendo al poder como algo que no se tiene o se conquista de modo sustancial,
sino que tiene la forma de relación entre fuerzas y su especificidad reside en
que se trata de dirigir la conducta del otro.
Según el autor, la
vida se convirtió en un objeto de poder en el siglo XVIII dando lugar a
dispositivos de biopoder y biopolítica. Esto quiere decir que se aplica a seres
vivientes que son afectados por fenómenos que puede medirse por estadística, el
conocimiento del Estado sobre sus fuerzas y recursos, un control en base a
especulaciones. Foucault diría que es un desplazamiento del poder soberano al
Biopoder e inserta el concepto de gubernamentalidad, una red compleja de
agentes que operan, dejando de lado al Estado como único dispositivo de poder.
Al mismo tiempo, Foucault
habla del orden y la construcción de las “verdades” arbitrarias en las
epistemes que caracterizan a las épocas. En esta acción arqueológica, el autor,
plantea que la constitución de un orden supone una determinada articulación entre
las cosas y las palabras, es decir, que la nominación del objeto crea la sensación
de conocerlo y construye el “conocimiento”
Buffon citado por Foucault dice: "nuestras ideas
generales son relativas a una escala continua de objeto, de la que no nos damos
cuenta con claridad sino en su medio y cuyas extremidades huyen y escapan siempre
en mayor medida a nuestras consideraciones... Mientras más se aumente el número
de las divisiones de las producciones naturales, más se acercará a lo
verdadero, ya que no existen realmente en la naturaleza más que individuos, y
los géneros, los órdenes, las clases, sólo existen en nuestra
imaginación". La
red lógica propia de una época que construye un orden, es decir, la episteme
corresponde a la voluntad del ser humano en cada etapa de la historia humana de
nominar. El que
nomina, domina. Esto demuestra el afán del ser humano de dominar aquello que lo
rodea en su propio beneficio y la constitución del lenguaje como algo
transparente entonces su relación con el mundo en carácter de significaciones.
Foucault encuentra en la historicidad
de la naturaleza distintas formas en que se han constituido las epistemes, los
límites del sistema y el método: “nuestras distribuciones en especies y en
clases son puramente nominales"; no representan más que "medios
relativos a nuestras necesidades y nuestros límites de conocimiento".
En esta línea el autor francés reflexiona sobre el ser
humano, el conocimiento y el orden. Considera al hombre como un invento en la
filosofía del siglo XIX. Se ha pensado a si mismo como motor de búsqueda de la
verdad. En alusión a esto, en una entrevista, Foucault afirma: “el hombre
creado da lugar a este humanismo del que el marxismo y el existencialismo son
el testimonio más visible hoy en día” lo que las ciencias humanas han develado,
según el autor, es no poder descubrir al hombre en su verdad en ninguna de sus
ciencias, contrario a esto, han logrado descubrir un “brillo superficial” que
asienta en grandes sistemas formales y el pensamiento.
Además, reflexiona sobre
el hecho de que el hombre sea objeto y sujeto del saber. A esto lo llama “duplicación
de lo empírico en lo trascendental” y afirma su finitud, es decir, el
hombre se sabe a la vez condición de posibilidad de dicho saber y la
imposibilidad de abstraerse de si mismo para comprenderse en un todo más
amplio.
Por eso, el autor invierte la reflexión para analizar la real existencia
humana. A partir de las develaciones que dejó “Dios ha muerto” en Nietzsche, en
su investigación, Foucault busca pensar como centralidad la ausencia del hombre
con una reformulación: “El hombre ha muerto”.
En esta nueva
episteme, a partir del crepúsculo del hombre, el autor menciona que ha mutado
el lenguaje, deja de ser discurso y se convierte en objeto. Se comienza a
pensar en la eliminación del lenguaje con rasgos subjetivos y con carga histórica
en la modernidad. Entonces desaparece el discurso, el saber no
está en las representaciones en una red que constituía las palabras y las cosas:
“se tratará ahora de devolver las palabras al lado de todo aquello que se
dice a través de ellas y a pesar de ellas. Dios es quizá menos un más allá del
saber que un cierto más acá de nuestras frases; y si el hombre occidental es
inseparable de él, no es por una propensión invencible a traspasar las
fronteras de la experiencia, sino porque su lenguaje lo fomenta sin
cesar en la sombra de sus leyes: Temo que no nos desembarazaremos de Dios
nunca, pues aún creemos en la gramática". (Foucault, 1968, pp.
291-292) Aquí Foucault va al hueso, a las formas básicas del lenguaje,
es decir, a la estructura. Afirma que el lenguaje predetermina al hombre en su
afán de buscar la “verdad y piensa la emergencia de la literatura como
compensación de la ruptura del discurso.
Maurice Blanchot plantea que la literatura en vez de ser
un medio de representación simbólica sería el medio al que no se puede acceder.
Piensa a la literatura como una acción nula con la cual no se llega a nada. No
busca relacionarse con el mundo, es para sí misma. El lenguaje creativo no es
usado para crear algo nuevo sino para dar cuenta del vacío que no puede
representar ni colmar referido a aquello de lo que el hombre no puede
adueñarse. Entonces, el lenguaje ya no puede verse como un elemento de la
cultura por excelencia, sino como un elemento de la naturaleza.
El poder de representar deja de ser detentado por la
propia representación y se traslada al sujeto cognoscente: “La
representación dejó de tener valor, con respecto a los seres vivos, las
necesidades y las palabras, como su lugar de origen y sede primera de su
verdad; con relación a ellos, la representación no era ahora más que un efecto
que les respondía de modo más o menos revuelto en una conciencia que los
aprehendía v los restituía” (Foucault, 1968, pp. 304-305)
Todo lo
planteado por Foucault es un cambio de epistemes. Concluye en que el concepto
de cultura moderno de la tradición occidental entra en crisis y pone en
cuestionamiento el antropocentrismo obligándonos a pensar en el ser humano como
parte de la naturaleza misma, ya no como un ser distinto al resto de lo que lo rodea.
Ahora, sin la capacidad de generar conocimiento y sin la posibilidad de
discriminar qué es lo real y qué no. Un hombre regido por sus facultades y
leyes, el trabajo, la vida y el lenguaje, las mismas que busca comprender para
entender su existencia sin éxito.
Ante esto: el
borramiento del hombre refiere a indagar en la posibilidad de la naturaleza
emancipada, una alternativa para que la filosofía tome en cuenta el espacio
libre dado por la extinción del hombre. Un nuevo “pensar” donde el hombre no
sea principio y fin de los saberes. Una filosofía no antropocéntrica. Foucault
reafirma así la imposibilidad del ser humano de conocer su esencia y añade las
contra ciencias que no tienen su objeto en el hombre sino en su emergencia y se
basa en esta arqueología de las ciencias.
En
particular, la lingüística sería el modelo formal ya que provee las herramientas
para analizar el lenguaje sin incidencia del hombre. Pero Foucault retoma al
lenguaje que criticaba entendiendo sus limites y le una vuelta de tuerca con
una nueva forma que quita al ser humano del medio: la literatura. Esto rompería
con la reducción culturalista que contiene la escisión naturaleza-cultura.
Además, esta caída del mapa vertical que privilegiaba al hombre en sus análisis
abriría una nueva distribución de importancia a otras existencias.
Bibliografía
-
Blanchot, Maurice (2012) “Nietzsche y la
escritura fragmentaria”. Instantes y Azares, n° 11, pp. 27-51.
-
Foucault M, (1968) Las palabras y las
cosas. Buenos Aires: Siglo XXI.
-
Foucault M, Las palabras y las cosas.
Entrevista disponible en youtube.com/watch?v=L-NNpghe3Fs
-
Foucault, M. (2006). Seguridad,
territorio, población. Buenos Aires: FCE
-
Horkheimer M. (2010) Crítica de la
razón instrumental. Madrid: Trotta
-
Scheler (1938) El puesto
del hombre en el cosmos. Buenos Aires: Losada.
-
Kant Immanuel (2004) Idea de una
historia universal desde el punto de vista cosmopolita. Buenos Aires:
Ladosur.
-
Latour, B. 2017. Cara a cara con el
planeta, Buenos Aires: Siglo XXI.
-
Lippman, Walter (1964) La opinión pública.
Buenos Aires. Compañía General Fabril Editora.
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