martes, 26 de enero de 2021

Conceptos y aproximaciones al humanismo y post-humanismo. El hombre, la naturaleza, el lenguaje, las palabras y las cosas.

David Romero

Lo que la tradición filosófica occidental moderna ha intentado explicar es el “objeto” (aquello que nos rodea) a través del sujeto. En palabras de I. Kant hay una imposibilidad de conocer el objeto de manera profunda (la verdadera verdad o “Naturaleza” de las cosas) sino que solo vemos objetos. En la misma sintonía se ha planteado que “Conocer al hombre es conocer al mundo” esto ha delimitado la capacidad de acción del hombre y lo que no lo es se ligará a la naturaleza siempre “dispuesta” a ser modificado a los fines del hombre.

Esta separación Naturaleza y cultura en tanto animal-hombre, nos lleva a enfocarnos en el carácter excéntrico del humano que ha sido tradición y que, desde esta perspectiva, Max Scheler define como esfera psíquica, impulso afectivo-instinto o memoria asociativa que podría señalarse como pensamiento conceptual, algo que se desvincula de lo orgánico. Es la capacidad de poder adjetivarse por medio de la autoconciencia, es decir, la esencia “espiritual”. Aquí el carácter negado del hombre, carente de una naturaleza que le permita sobrevivir a la intemperie, esta no naturalidad desde este punto de vista es suplida por la cultura.

La filosofía del idealismo trascendental kantiano plantea la crítica del hombre como ser racional y brinda la prioridad del sujeto sobre el objeto, ergo del concepto, signos y significaciones. Porque aquello que se nos presenta, la racionalidad humana lo nómina. Esto construye la base moderna de que todo es una representación del sujeto.

Aquí encuentro una puerta por donde entrar desde las ciencias de la comunicación y retomo a W. Lippman para referirme a la disputa por la opinión pública, en los análisis que interesan a mi vía de investigación, es decir, el conjunto de ideas preconcebidas, creencias y valores compartidos y reproducidos por un grupo social. También se le podría llamar “Cultura”. Estas características conforman lo que el autor menciona como “pseudoambiente”. El mismo es caracterizado como la forma que los individuos tenemos para observar el mundo en la imposibilidad de percibir lo real en nuestra condición humana: “El verdadero ambiente es, en su conjunto, demasiado vasto, demasiado complejo y fugaz para el conocimiento directo. No estamos equipados para tratar con tanta sutileza, tanta variedad, tantas permutaciones y combinaciones”. Es decir, que el sujeto traza un mapa ante la inabarcable realidad y “aunque debemos actuar en ese medio, tenemos que reconstruirlo sobre un molde más sencillo antes de poder manejarlo.” (Lippman, 1964). Nuestras creencias culturales son los esquemas desde los que nos representamos el mundo.

Esto no lleva a pensar que la real batalla por el poder se da en un aspecto cultural-simbólico, se materializa en expresiones políticas concretas e inciden en la realidad. El autor menciona cuán indirecto es nuestro intento por percibir la realidad absoluta y concluye: “Las noticias nos llegan a veces con rapidez, otras veces con lentitud, pero tomamos lo que creemos ser una imagen verdadera por el ambiente auténtico” (Lippmann, 1964, p.14). Podríamos pensar que los individuos vivimos a través de la creación de ficciones del mundo, en términos de Lippman, que no quieren decir mentiras, sino representaciones.

Ante estas lógicas de poder Michel Foucault, en una arqueología de las ciencias humanas, basa sus críticas al proyecto antropológico que instaura Kant y nos ayuda a pensar la configuración occidental contemporánea en términos de relaciones de poder. Así entender las narraciones de control y orden, es decir, cómo funciona, cómo se ejerce, cómo se distribuye el poder y a qué tipo de sujetos privilegia para luego pensar en las perspectivas no antropocéntricas. Entiendo al poder como algo que no se tiene o se conquista de modo sustancial, sino que tiene la forma de relación entre fuerzas y su especificidad reside en que se trata de dirigir la conducta del otro.

Según el autor, la vida se convirtió en un objeto de poder en el siglo XVIII dando lugar a dispositivos de biopoder y biopolítica. Esto quiere decir que se aplica a seres vivientes que son afectados por fenómenos que puede medirse por estadística, el conocimiento del Estado sobre sus fuerzas y recursos, un control en base a especulaciones. Foucault diría que es un desplazamiento del poder soberano al Biopoder e inserta el concepto de gubernamentalidad, una red compleja de agentes que operan, dejando de lado al Estado como único dispositivo de poder.

Al mismo tiempo, Foucault habla del orden y la construcción de las “verdades” arbitrarias en las epistemes que caracterizan a las épocas. En esta acción arqueológica, el autor, plantea que la constitución de un orden supone una determinada articulación entre las cosas y las palabras, es decir, que la nominación del objeto crea la sensación de conocerlo y construye el “conocimiento”

Buffon citado por Foucault dice: "nuestras ideas generales son relativas a una escala continua de objeto, de la que no nos damos cuenta con claridad sino en su medio y cuyas extremidades huyen y escapan siempre en mayor medida a nuestras consideraciones... Mientras más se aumente el número de las divisiones de las producciones naturales, más se acercará a lo verdadero, ya que no existen realmente en la naturaleza más que individuos, y los géneros, los órdenes, las clases, sólo existen en nuestra imaginación". La red lógica propia de una época que construye un orden, es decir, la episteme corresponde a la voluntad del ser humano en cada etapa de la historia humana de nominar. El que nomina, domina. Esto demuestra el afán del ser humano de dominar aquello que lo rodea en su propio beneficio y la constitución del lenguaje como algo transparente entonces su relación con el mundo en carácter de significaciones. Foucault encuentra en la historicidad de la naturaleza distintas formas en que se han constituido las epistemes, los límites del sistema y el método: “nuestras distribuciones en especies y en clases son puramente nominales"; no representan más que "medios relativos a nuestras necesidades y nuestros límites de conocimiento".

En esta línea el autor francés reflexiona sobre el ser humano, el conocimiento y el orden. Considera al hombre como un invento en la filosofía del siglo XIX. Se ha pensado a si mismo como motor de búsqueda de la verdad. En alusión a esto, en una entrevista, Foucault afirma: “el hombre creado da lugar a este humanismo del que el marxismo y el existencialismo son el testimonio más visible hoy en día” lo que las ciencias humanas han develado, según el autor, es no poder descubrir al hombre en su verdad en ninguna de sus ciencias, contrario a esto, han logrado descubrir un “brillo superficial” que asienta en grandes sistemas formales y el pensamiento.

Además, reflexiona sobre el hecho de que el hombre sea objeto y sujeto del saber. A esto lo llama “duplicación de lo empírico en lo trascendental” y afirma su finitud, es decir, el hombre se sabe a la vez condición de posibilidad de dicho saber y la imposibilidad de abstraerse de si mismo para comprenderse en un todo más amplio. Por eso, el autor invierte la reflexión para analizar la real existencia humana. A partir de las develaciones que dejó “Dios ha muerto” en Nietzsche, en su investigación, Foucault busca pensar como centralidad la ausencia del hombre con una reformulación: “El hombre ha muerto”.

En esta nueva episteme, a partir del crepúsculo del hombre, el autor menciona que ha mutado el lenguaje, deja de ser discurso y se convierte en objeto. Se comienza a pensar en la eliminación del lenguaje con rasgos subjetivos y con carga histórica en la modernidad. Entonces desaparece el discurso, el saber no está en las representaciones en una red que constituía las palabras y las cosas: “se tratará ahora de devolver las palabras al lado de todo aquello que se dice a través de ellas y a pesar de ellas. Dios es quizá menos un más allá del saber que un cierto más acá de nuestras frases; y si el hombre occidental es inseparable de él, no es por una propensión invencible a traspasar las fronteras de la experiencia, sino porque su lenguaje lo fomenta sin cesar en la sombra de sus leyes: Temo que no nos desembarazaremos de Dios nunca, pues aún creemos en la gramática". (Foucault, 1968, pp. 291-292) Aquí Foucault va al hueso, a las formas básicas del lenguaje, es decir, a la estructura. Afirma que el lenguaje predetermina al hombre en su afán de buscar la “verdad y piensa la emergencia de la literatura como compensación de la ruptura del discurso.

Maurice Blanchot plantea que la literatura en vez de ser un medio de representación simbólica sería el medio al que no se puede acceder. Piensa a la literatura como una acción nula con la cual no se llega a nada. No busca relacionarse con el mundo, es para sí misma. El lenguaje creativo no es usado para crear algo nuevo sino para dar cuenta del vacío que no puede representar ni colmar referido a aquello de lo que el hombre no puede adueñarse. Entonces, el lenguaje ya no puede verse como un elemento de la cultura por excelencia, sino como un elemento de la naturaleza.

El poder de representar deja de ser detentado por la propia representación y se traslada al sujeto cognoscente: “La representación dejó de tener valor, con respecto a los seres vivos, las necesidades y las palabras, como su lugar de origen y sede primera de su verdad; con relación a ellos, la representación no era ahora más que un efecto que les respondía de modo más o menos revuelto en una conciencia que los aprehendía v los restituía” (Foucault, 1968, pp. 304-305)

Todo lo planteado por Foucault es un cambio de epistemes. Concluye en que el concepto de cultura moderno de la tradición occidental entra en crisis y pone en cuestionamiento el antropocentrismo obligándonos a pensar en el ser humano como parte de la naturaleza misma, ya no como un ser distinto al resto de lo que lo rodea. Ahora, sin la capacidad de generar conocimiento y sin la posibilidad de discriminar qué es lo real y qué no. Un hombre regido por sus facultades y leyes, el trabajo, la vida y el lenguaje, las mismas que busca comprender para entender su existencia sin éxito.

Ante esto: el borramiento del hombre refiere a indagar en la posibilidad de la naturaleza emancipada, una alternativa para que la filosofía tome en cuenta el espacio libre dado por la extinción del hombre. Un nuevo “pensar” donde el hombre no sea principio y fin de los saberes. Una filosofía no antropocéntrica. Foucault reafirma así la imposibilidad del ser humano de conocer su esencia y añade las contra ciencias que no tienen su objeto en el hombre sino en su emergencia y se basa en esta arqueología de las ciencias.

En particular, la lingüística sería el modelo formal ya que provee las herramientas para analizar el lenguaje sin incidencia del hombre. Pero Foucault retoma al lenguaje que criticaba entendiendo sus limites y le una vuelta de tuerca con una nueva forma que quita al ser humano del medio: la literatura. Esto rompería con la reducción culturalista que contiene la escisión naturaleza-cultura. Además, esta caída del mapa vertical que privilegiaba al hombre en sus análisis abriría una nueva distribución de importancia a otras existencias.

 

Bibliografía

-         Blanchot, Maurice (2012) “Nietzsche y la escritura fragmentaria”. Instantes y Azares, n° 11, pp. 27-51.

-          Foucault M, (1968) Las palabras y las cosas. Buenos Aires: Siglo XXI.

-          Foucault M, Las palabras y las cosas. Entrevista disponible en youtube.com/watch?v=L-NNpghe3Fs

-          Foucault, M. (2006). Seguridad, territorio, población. Buenos Aires: FCE

-          Horkheimer M. (2010) Crítica de la razón instrumental. Madrid: Trotta

-          Scheler (1938) El puesto del hombre en el cosmos. Buenos Aires: Losada.

-          Kant Immanuel (2004) Idea de una historia universal desde el punto de vista cosmopolita. Buenos Aires: Ladosur.

-          Latour, B. 2017. Cara a cara con el planeta, Buenos Aires: Siglo XXI.

-          Lippman, Walter (1964) La opinión pública. Buenos Aires. Compañía General Fabril Editora.

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