Universidad Nacional de Quilmes
Licenciado en Comunicación social - David Romero
Introducción
En
el siguiente trabajo, se intentará hacer una aproximación al concepto de representaciones
sociales de la imagen tomando un caso de la televisión argentina. Entendiendo
por representaciones sociales la relación que el sujeto produce entre significado (información u opinión) y
significante (imágenes, signos, discurso): “las cosas no significan, somos
nosotros los que construimos significados usando sistemas representacionales,
esto es, conceptos y signos” (Hall, 1997) Desde aquí se intentará hacer un análisis
apoyándonos en el andamiaje teórico de los Estudios Culturales y se buscará
poner foco en la construcción de estereotipos y prejuicios sobre sectores
juveniles en los discursos televisivos de la sociedad argentina en un caso
particular de noticiero diario. A partir de este fragmento, tendremos como
objetivos pensar en las relaciones entre medios, audiencias y sus mediaciones,
como también las estructuras y las construcciones sociales que se han grabado
en la memoria colectiva y que fomentan discursivamente condiciones
estructurales de desigualdad social. De esta forma, propongo interpelar los
procesos político-culturales de construcción de subjetividades, identidades y
el pensamiento sobre la otredad en imaginarios que se ponen de manifiesto en las
disputas por la hegemonía y las relaciones de poder.
Desarrollo
Para
este fin, es menester hacer un recorrido por la constitución de la imagen
artificial, video y televisión. Las imágenes rupestre - referido a las rocas -
se puede decir que son los primeros intentos descubiertos en los que el ser
humano ha intentado dar representación, mimesis, sobre lo que lo rodea. Podemos
reconocer en estas prácticas las inquietudes y el pensamiento del ser humano
por la posteridad, el devenir y el paso del tiempo. Estas imágenes han sido
grabadas en la lejanía de la tempestad del clima, vientos, lluvias y el sol, es
decir, han sido pensados para no perecer en la piedra dentro de las cuevas. En
esta exteriorización humana, la memoria visual y la memoria auditiva sedimentan
la construcción semántica y con ello los sentidos que producen un efecto
cognitivo. En este afán prehistórico de representar lo externo al ser tiene
como fin capturar aquello que es ajeno al humano. Este ha encontrado la forma
de aggiornar las técnicas para imitar lo que percibe. En el caso de las
imágenes rupestres en las cavernas conocidas como “La cueva de los sueños
olvidados” (Herzog, 2011) en España, vemos
el ejemplo de comó la técnica ha logrado un efecto innovador para constituir la
imagen de un pensamiento que se intenta poner de manifiesto, en este caso, el
dibujo de un animal corriendo, superponiendo las patas del mismo, generando el
efecto visual de dicho movimiento.
En palabras de Régis Debray: “la historia
del ojo no se ajusta a la historia de las instituciones” (Debray,1994. Pp.175)
Estas imágenes y relatos que no perecen en piedra forman parte del relato
social y de la memoria oral. Allí, reside la importancia de la representación y
la producción de imágenes en el origen del pensamiento filosófico occidental. La
trascendencia y herencia de las significaciones.
Debray
enumera tres conceptos para entender las técnicas de transmisión en la
evolución del hombre de la trayectoria en la construcción de imágenes. Esto no
quiere decir que están separadas unas de la otras, sino que, se superponen, se
imbrican y hay un “relevo sucesivo por hegemonía” (Debray, 1994. Pp.176)
aquello que en un momento determinado domina la voluntad de la mirada luego es
dominada por otra. El autor menciona la primera era como la: “Logosfera” era de
los ídolos y se toma desde los tiempos de la escritura a la imprenta. Una
segunda: “Grafosfera” era de la imprenta a la televisión a color y la tercera:
“Videosfera” era de lo visual que corresponde a la contemporaneidad y en la que
nos vamos a centrar.
Cada
una ejerce hegemonía en un medio de vida y un pensamiento histórico. Crea
asimismo un “horizonte de expectativa de la mirada” (Debray, 1994. Pp.
176) y un modo de observar que no nace esporádicamente a partir de la
actualización de la técnica, sino que una imagen es el reflejo de otras
anteriores. Se puede decir que es conocimiento y técnica sedimentado y acumulado
en la historia visual. Por eso mismo, el fabricante de imágenes, quien pone en
cuerpo lo abstracto, asiste a la transformación de la mirada. Asimismo, captura
un momento subjetivo de su contexto. Por eso, las sociedades junto a la técnica
han conseguido identificar qué se ha intentado transmitir o aparentar en vista
a la posteridad a través de la representación de la imagen
Las
respectivas eras que plantea el autor se corresponden con momentos del
pensamiento humano. En la era del “ídolo”, el autor afirma que los imaginarios
colectivos comienzan desde lo mágico hacia lo religioso (la edad media) donde
se venera la imagen; la era del “Arte” (el renacentismo con base en Florencia)
la veneración por la escultura, la belleza y la forma se distingue lo teológico
a lo histórico (el poder político) es decir, se erige la figura del hombre; la
tercera es la “Visual” corresponde al ser humano. Esta ultima que el autor
menciona es la que compete a este trabajo y, en esta era del pensamiento, la esfera
de lo económico es la que rige donde el objeto es el entretenimiento y la
estimulación y se caracteriza por ser virtual. Debray plantea que las tres
clases de imágenes designan tipos de apropiación de la mirada y que somos
contemporáneos a las tres, como ya fue mencionado, se imbrican y constituyen
nuestra estructura de la memoria genética.
Al
referirnos al concepto hegemonía hablamos de relaciones de poder. En este
sentido, la capacidad de nominar, establecer que es lo verdadero según una
episteme reinante. El que nomina, domina. Así es que al mencionar cada era y
sus características se nos presentan tres posturas afectivas que el autor
Debray les asigna respectivamente, en la era del ídolo es el temor, en el arte
el amor y lo visual el interés, y representan el sentir de cada época. Debray
concluye: “Dime lo que ves; y te dire para que vives y como piensas”
(Debray, pp.182) Esta frase nos ayuda a pensar en las representaciones sociales
desde las construcciones de sentidos que prevalecen en los discursos a los que
hoy asistimos en la televisión argentina. Discursos que pujan en las relaciones
de poder y ejercen hegemonía en pos de intereses a través de las imágenes. Lo que
relatan trastoca la psiquis individual y el imaginario colectivo, al mismo
tiempo, constituyen a la cultura de una sociedad.
Cuando
hablamos de sentidos disputados, nos referimos al aspecto cultural tomándolo
como transversal en toda práctica social. Entendemos a la cultura como un
proceso social integral de producción, circulación y consumo de
significaciones. Toda práctica social es cultural, es decir, está atravesada
simbólica, histórica y colectivamente. Desde esta perspectiva, la cultura es
entendida como la producción, distribución, consumo y resignificación de
contenidos culturales. Si hablamos de discursos, estamos pensando en
narraciones y también estamos hablando de relatos. Las imágenes son narraciones
significantes y los discursos son ideológicos, políticos y culturales. Entonces,
podemos decir que la imagen artificial en nuestra era se ha convertido en el
trabajo acabado de la acumulación histórica en la representación en las
diversas subjetividades sociales. Hoy, forjan su producción en la experiencia
cultural capitalista moderna con un objeto e interés distinto, ya no es el
ídolo, el arte o lo visual, sino que las tres unificadas son regidas por el
mercado.
En
relación con la disputa hegemónica-cultural y el ejercicio del poder, estamos pensando
en las prevalencias de un relato/discurso/verdad sobre otro. Lo que se toma
como verdadero está atravesado por relaciones en las que los sectores
dominantes tienen mayor potestad para establecer como “verdad” su visión del
mundo. Esas ideas que pasan como verdaderas son las que se constituyen como
sentido común en una sociedad y en un momento histórico particular. Dario Sztajnszrajber,
filosofo argentino, dice que “la información es lo de menos, lo importante
son los dispositivos, las estructuras con las que pensamos la realidad” Nuevamente,
la información, la imagen audiovisual, en tanto imagen, no es relevante en sí
mismo, sino en cómo sea utilizada e interpretada. Estos esquemas se ven
relacionados a los intereses e ideología, que funcionan, en términos de Walter
Lippmann (1964) como mapas cognitivos y son performativos, es decir, producen
un efecto, modelan de alguna manera la subjetividad y las conductas sociales.
Por eso, es importante entender que los sectores sociales en pugna disputan, en
última instancia, quién establece la verdad para la mayoría y para ello no
alcanza sólo con manejar información, sino que es necesario redefinir las
estructuras de poder mediante las cuales esa información se produce, se
distribuye, circula, se consume y es apropiada por los sujetos sociales.
Inmerso
en los estudios de la opinión pública, retomamos a Lippmann para reflexionar
sobre los efectos de la televisión en las audiencias. La opinión pública es el
conjunto de ideas preconcebidas, creencias y valores, compartidos y
reproducidos por un grupo social. Estas características conforman lo que el
autor menciona como “pseudoambiente”. El mismo es caracterizado como la forma
que los individuos tenemos para observar el mundo en la imposibilidad de
percibir lo real en nuestra condición humana: “El verdadero ambiente es, en
su conjunto, demasiado vasto, demasiado complejo y fugaz para el conocimiento
directo. No estamos equipados para tratar con tanta sutileza, tanta variedad,
tantas permutaciones y combinaciones” (Lippmann, 1964, Pp21). Es decir, que
el sujeto traza un mapa ante la inabarcable realidad y “aunque debemos
actuar en ese medio, tenemos que reconstruirlo sobre un molde más sencillo
antes de poder manejarlo” (Lippman, 1964. Pp22). Nuestras creencias
culturales son los esquemas, los marcos desde los que nos representamos el
mundo. Creamos estereotipos, clichés, lugares discursivos comunes para nominar
nuestros miedos, anhelos y fantasmas. Creemos que la real batalla por el poder
se da en un aspecto cultural-simbólico, se materializa en expresiones políticas
concretas y se manifiesta complementariamente en los medios de comunicación
como la televisión o las redes sociales virtuales, etc. El autor menciona cuán
indirecto es nuestro intento por percibir la realidad absoluta y concluye: “Las
noticias nos llegan a veces con rapidez, otras veces con lentitud, pero tomamos
lo que creemos ser una imagen verdadera por el ambiente auténtico”
(Lippmann, 1964, p.14). Estamos en virtud de decir que los individuos vivimos a
través de la creación de ficciones, imágenes del mundo en términos de Lippman,
que no quieren decir falacias, sino representaciones. Estas ficciones se
manifiestan en la vida social ya que la velocidad de flujo de la información
representa un cambio de paradigma en cuanto a la construcción de
representaciones de la realidad.
A
fin de ampliar estas definiciones, el concepto de ideología nos ayudará a
pensar cómo se construyen estos sistemas de ideas, cómo se configuran, se
negocian y se disputan en el lenguaje y como en los relatos las significaciones
construyen sentido. Aquí, podemos mencionar a dos autores que han trabajado
este concepto desde diferentes perspectivas: Stuart Hall y Louis Althusser. El
primero desde una mirada culturalista y este último piensa la ideología de una
forma más bien estructuralista, fuertemente vinculada a la condición de clase.
En su ensayo “Ideología y aparatos ideológicos del Estado”, Althusser entiende
a la ideología como “sistema de ideas, representaciones, que domina el
espíritu de un hombre o un grupo social” (Althusser, 1988.Pp18). Luego el autor
amplía la definición: “la ideología es una ´representación´ de la relación
imaginaria entre los individuos y sus condiciones reales de existencia”.
Desde los Estudios Culturales, Hall continúa la línea de Raymond Williams,
quien también trabajó el término “ideología”. En una de sus conferencias
dictadas en Illinois en 1983, Hall realiza una crítica a Althusser: “(...) sólo
llega a convertirse en una fuerza social unificada cuando consigue constituirse
como un sujeto colectivo dentro de una ideología unificada” interpreto que
el punto en el que el sujeto deja de ver el abismo entre sus representaciones y
las “relaciones reales” de una sociedad particular constituye al “influjo de
estructuras en alto grado ideológicas de sentido común, el régimen de lo que se
da por sentado” (Hall, 2017. Pp 185).
Partimos
de estos conceptos para problematizar acerca del “sentido común”, es decir, cómo
se construye una referenciación en un grupo a partir de un sistema de ideas,
valores e imaginarios sociales compartidos. El proceso, mediante el cual un
individuo se referencia en el imaginario social, construye su posición en la
sociedad y esta no es lineal. Está atravesada por tensiones, contradicciones y produce
de acuerdo a una serie de preconceptos. De alguna manera, configuran el
pensamiento, y en este sentido, es importante la nominalización, es decir, cómo
construimos y nos apropiamos de categorías para ordenar nuestra visión del
mundo y darles nombres a objetos, individuos, grupos sociales, situaciones etc.
Tomaremos
un caso puntual de un suceso en un noticiero de la televisión argentina en la
señal de noticias “TN -Todo Noticias”, conducido por Sergio Lapegue y Dominique
Metzger como notera, con el fin de articular los conceptos anteriormente mencionados
y para pensar en las representaciones de la imagen en la construcción social
del sentido. En el fragmento audiovisual citado se puede observar como la
periodista cubría las inundaciones en la ciudad de Buenos Aires y en la
vorágine de relatar lo que sucedía, alertados por un transeúnte sobre un robo
que estaba cometiéndose en vivo, sumado a la insistencia del conductor, se
adelantaron a dar por sentado ante los televidentes que los protagonistas que
“supuestamente” pergeñaban el delito eran unos jóvenes que se encontraban en el
lugar. Notándolo como una obviedad que esos jóvenes vestidos con ropas
deportivas eran sin dudas los señalados ante el hecho en cuestión. La movilera,
al acercarse hasta el lugar junto a la cámara se ve contrariada al descubrir
que los jóvenes solo estaban sacando el agua de la vivienda anegada.
Este
fragmento deja a la luz varias aristas de discusiones en torno a la televisión y
su presencial social. Con respecto a la importancia de las pantallas en relación
entre los sujetos y sus mediaciones, Leonardo Murolo dice: Como sujetos
sociales necesitamos que nos cuenten historias. Desde las pinturas rupestres,
la cultura oral, la escrita y el cine, hasta la industria digital actual,
estamos construidos por relatos que nos identifican. Subestimar los usos que el
poder realiza de la cultura masiva es uno de los grandes problemas del análisis
de medios de comunicación. Finalmente, la pelota también pasa al campo de las
audiencias, quienes en busca de entretenimiento consumen productos en los que
siempre hay que dimensionar el sustancial valor simbólico de las
representaciones del mundo que proponen. (Página12, LA
VENTANA,13/2/2019) En primer lugar, es interesante pensar las industrias
culturales y su carácter competitivo mercantil de los medios de comunicación
que priman lo “mediático” en detrimento cualitativo de la información.
En
segundo lugar, es importante señalar la carga ideológica que se propone en un
medio masivo y la construcción de su agenda mediática ante el acto de informar que
no puede separarse de las construcciones sociales culturales de sus audiencias,
están conectadas y se reatroalimentan, es decir, comparten y negocian visiones
del mundo, valores y prejuicios. En este sentido, Alzueta agrega: “Los
medios no están en el grado cero de la historia. Para que estos puedan ganarse
la confianza y el consentimiento de la opinión pública, para que “la gente”
crea en los periodistas, éstos tuvieron qua haber recalado en su sentido común.
Si los periodistas pueden dirigir –y lo digo en un sentido gramsciano- a la
sociedad, perfilar un consenso, se debe a que la audiencia se siente tenida en
cuenta o hablada por la prensa” (Alzueta, 2014)
El
presente trabajo no busca hacer un juicio de valor ante una línea editorial ni
plantea analizar los fenómenos mencionados desde una perspectiva funcionalista.
La retroalimentación no se desarrolla de manera absoluta, se podría decir que
se han constituido aldeas ideológicas, donde la pluralidad de las audiencias,
eligen y sé enfilan detrás de aquellos espacios televisivos que son cercanos a
sus creencias previas. Alzueta continua en este sentido: “Los medios
cultivan actitudes y valores que ya están presentes en la cultura, y por ello
sirven para mantener, estabilizar y reforzar creencias o conductas
convencionales. Si los medios encuentran eco en la audiencia será porque ésta
se identifica con las concepciones de mundo que ponen en juego” (Alzueta,
2014) Asistimos a una pluralidad de audiencias y no es estática ni tampoco
pasiva en función a la pertenencia ideológica, clases sociales y del diferente
posicionamiento en la estructura social.
Cuando
se habla de cómo nos ha educado la pantalla durante nuestra vida, dejamos de
lado todo lo que encarna el dispositivo con relación al sujeto. Es decir, las
mediaciones, el proceso de apropiación que es aún más complejo. No es solo el
aparato físico y aquello que transmite, sino el valor simbólico que ofrece en sí
mismo y la negociación de sentidos de la que se vale en su consumo. Con
respecto a esto, retomando a Roger Silverstone, la televisión es un medio y sus
comunicaciones –programas, narrativas, retórica y géneros- suministran la base
para su segunda articulación. Sólo se tiene acceso a ellas como resultado de la
apropiación anterior de las tecnologías mismas, es decir, que alrededor del
dispositivo existen varios aspectos a analizar en el momento de la apropiación.
Es necesario preguntarse qué lugar ocupa el objeto en un hogar, qué representa
ese objeto para los individuos, qué valor tiene, qué importancia tiene en su
vida cotidiana y qué sucede con los contenidos que reproduce.
El
consumo es también una práctica simbólica. El objeto es parte de nuestra
cultura de consumo doméstico y la televisión en particular, según Silverstone,
supone una doble “articulación” a través de la producción y reproducción en
esta relación entre objeto y consumidor. Consumimos televisión y consumimos a
través de la televisión. El autor entiende el consumo como uno de los procesos
en los cuales el individuo se incorpora en las estructuras de la sociedad
capitalista.
En
tercer lugar, este caso en TN y otros a los que podríamos citar de ejemplo de
la actualidad en la televisión argentina y de los noticieros en particular, nos
permite afirmar que las representaciones de la imagen juegan un papel
importante en el plano simbólico-cognitivo; el lenguaje y las ideas construyen
la forma en que nos relacionamos unos con otros, la forma en que habitamos los
espacios y las voluntades de los cuerpos. Los medios no sólo establecen agenda
sino también los temas que importan en la vida cotidiana. Imprimen un comportamiento
y sugieren un punto de vista. Los medios de comunicación no nos dicen qué
pensar, sino de qué hablar y como hablar sobre esos temas. La televisión refuerza,
revalida y construye consensos en la reproducción de prejuicios de clase espectacularizados
que revictimizan a las juventudes de sectores estigmatizados en Argentina.
El
“pibe chorro” como estereotipo es un constructo social que da vida a un sujeto
y una etiqueta en la cual el joven se ve señalado como sujeto conflictivo y violento.
Partiendo siempre desde la mirada subjetiva adulto-céntrica y determinada por
sus estilos y capacidades de consumo. Esteban Rodríguez Alzueta en “El pibe
chorro no existe” hace una referencia a esto al decir: “No existen los pibes
chorros, existen jóvenes que son objeto del olfato social de la vecinocracia,
jóvenes que fueron etiquetados como problema, fuente de riesgo” y remarca que
no son los medios los que
construyen e imponen las ideas, sino que la ciudadanía en su forma de
interpretar la realidad social (su “olfato”) es decir, en sus ficciones del
mundo encuentran estos clichés y lugares comunes para nominalizar aquello a lo
que el sujeto/vecinocracia le teme o le preocupa. El pibe chorro, es una
imagen que surca la historia, un constructo social residual en términos de Hall
que corresponde a un imaginario social de larga duración pero que constituye
prácticas viejas que persisten y se reproducen en el tiempo. El pibe chorro es
un estereotipo de joven que objetiva al sujeto. En este, se depositan etiquetas
diversas como las figuras del villero, el planero, el piquetero, el falopero,
el subversivo, el cabecita negra, el grasa, el descamisado, el anarquista
tirabomba, el gaucho y el indio salvaje.
Conclusión
No
se puede negar que las imágenes televisivas se han calado profundamente en la
memoria social como en los procesos cognitivos y las costumbres cotidianas.
Adhiero a Martin Barbero en esta línea al decir que: “se trata de una
capacidad de interpelación que no puede ser confundida con los ratings de
audiencia…la verdadera influencia de la televisión reside en la formación de
imaginarios colectivos, esto es, una mezcla de imágenes y representaciones de
lo que vivimos y soñamos” (Barbero, 2015. PP20) el autor hace referencia a
la presencia y el valor simbólico que porta la industria televisiva en el aspecto
político-cultural y según Barbero: “sólo puede ser evaluado en términos de
la mediación social que logran sus imágenes” (Barbero, 2015. P20) Las
narrativas mediáticas refuerzan sentidos y llevan a producir una
revictimización de los jóvenes que viven en carne propia la estigmatización.
Nos brindan imágenes mentales y puede verse ejemplificado cuando un medio de
comunicación, en prime-time, revalida una construcción discursiva porque reconoce
en su audiencia el mismo código.
Podríamos
retomar a los “pánicos morales” como concepto acuñado por Kenneth Thompson para
concluir sobre los efectos de las representaciones de la imagen. Los pánicos
morales refieren a una condición, episodio, persona o un grupo de personas que
aparecen y son descriptos como una amenaza para los valores e intereses de la
sociedad; los medios de comunicación lo presentan de forma estereotipada; los
líderes de opinión quienes tienen voz autorizada se atrincheran desde sus
percepciones éticas. Estos expertos, socialmente acreditados, pronuncian sus
diagnósticos, soluciones y buscan alternativas para afrontar el problema. La
preocupación, miedo, sensación de inseguridad que producen los estigmas y relatos
no reflejan la realidad o la veracidad de los hechos. Bajo esta línea se generan
noticias y construyen agenda en torno a los temas que son reproducidos todos
los días.
Esto
demuestra, como a partir de un hecho, empiezan a aparecer otros similares, los noticieros
presentan que la misma situación ocurrió en otros lugares fomentando el pánico
moral. De esta forma, los medios terminan representando visiones del mundo, sumergiendo
a las audiencias en espacios de violencia, angustia y desesperación en base a
la construcción de estigmas sociales sobre diversos grupos de la sociedad.
Al
escribir estas líneas, encuentro oportuno mencionar un caso reciente sucedido
en Quilmes, donde un hombre mayor de edad asesinó con su arma a un joven que le
había robado en su vivienda. El caso resuena por la cobertura mediática
recibida. Los periodistas y las voces que se invocan son puestos ante la cámara
y exponen sus ideas sondeando la indignación de las audiencias. Debaten sobre
el accionar de la justicia, la policía, el gobierno, etc. Pero es interesante
observar cómo, algunos periodistas, presentan los protagonistas de la noticia. El
jubilado y el joven ladrón. No solo fueron detenidos los implicados en el hecho
sino al hombre mayor de edad víctima del robo, devenido en victimario al
asesinar al joven. Este tema en la opinión pública resonó fuertemente en las
redes sociales despertando falsos debates e ideas punitivistas que justifican
la justicia por mano propia. Todos estos escándalos tienen la capacidad de
provocar indignación y conseguir formas de movilización puramente sentimentales
o apasionadamente agresivas.
En
este trabajo dejo abiertas varias líneas para continuar desarrollando de manera
más extensa. Pero, esta critica a las construcciones discursivas y las
representaciones sociales de la imagen en televisión, reflejan las huellas de
nuestro momento histórico, las discriminaciones y arbitrariedades que el
lenguaje y las narrativas mediáticas reproducen.
BIBLIOGRAFIA
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Visión. Buenos Aires.
Alzueta,
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Alzueta,
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forma de gobierno”. Buenos Ares: Futuro Anterior.
BARBERO,
Jesús Martin. (2015) ¿Desde dónde pensamos la comunicación hoy? Chasqui.
Revista Latinoamericana de Comunicación, N.º 128, abril-julio 2015 (Sección
Tribuna, pp. 13-29) ISSN 1390-1079 / e-ISSN 1390-924X. Ecuador: CIESPAL
Debray, Regis (1994). Vida
y muerte de la imagen: Historia de la mirada de occidente. Buenos Aires:
Paidós.
TN-Todo Noticias
(Fragmento) – “Papelon de Sergio Lapegüe y Dominique Metzger en TN”
Disponible en youtube: https://www.youtube.com/watch?v=XQJ6iyt2tfA
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Herzog,
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Lippman, Walter (1964) La
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Murolo, Leonardo N. (13
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Thompson, Kenneth (1998)
“Pánicos morales”. 1a ed. Traducido, Bernal: Universidad Nacional de
Quilmes, 2014. 200 p
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