martes, 26 de enero de 2021

Representaciones sociales de la imagen en noticieros de la televisión argentina. Aproximaciones conceptuales para el análisis de construcción de sentido.

Universidad Nacional de Quilmes 

Licenciado en Comunicación social - David Romero

Introducción

En el siguiente trabajo, se intentará hacer una aproximación al concepto de representaciones sociales de la imagen tomando un caso de la televisión argentina. Entendiendo por representaciones sociales la relación que el sujeto produce entre  significado (información u opinión) y significante (imágenes, signos, discurso): “las cosas no significan, somos nosotros los que construimos significados usando sistemas representacionales, esto es, conceptos y signos” (Hall, 1997) Desde aquí se intentará hacer un análisis apoyándonos en el andamiaje teórico de los Estudios Culturales y se buscará poner foco en la construcción de estereotipos y prejuicios sobre sectores juveniles en los discursos televisivos de la sociedad argentina en un caso particular de noticiero diario. A partir de este fragmento, tendremos como objetivos pensar en las relaciones entre medios, audiencias y sus mediaciones, como también las estructuras y las construcciones sociales que se han grabado en la memoria colectiva y que fomentan discursivamente condiciones estructurales de desigualdad social. De esta forma, propongo interpelar los procesos político-culturales de construcción de subjetividades, identidades y el pensamiento sobre la otredad en imaginarios que se ponen de manifiesto en las disputas por la hegemonía y las relaciones de poder.

Desarrollo

Para este fin, es menester hacer un recorrido por la constitución de la imagen artificial, video y televisión. Las imágenes rupestre - referido a las rocas - se puede decir que son los primeros intentos descubiertos en los que el ser humano ha intentado dar representación, mimesis, sobre lo que lo rodea. Podemos reconocer en estas prácticas las inquietudes y el pensamiento del ser humano por la posteridad, el devenir y el paso del tiempo. Estas imágenes han sido grabadas en la lejanía de la tempestad del clima, vientos, lluvias y el sol, es decir, han sido pensados para no perecer en la piedra dentro de las cuevas. En esta exteriorización humana, la memoria visual y la memoria auditiva sedimentan la construcción semántica y con ello los sentidos que producen un efecto cognitivo. En este afán prehistórico de representar lo externo al ser tiene como fin capturar aquello que es ajeno al humano. Este ha encontrado la forma de aggiornar las técnicas para imitar lo que percibe. En el caso de las imágenes rupestres en las cavernas conocidas como “La cueva de los sueños olvidados” (Herzog, 2011) en España, vemos el ejemplo de comó la técnica ha logrado un efecto innovador para constituir la imagen de un pensamiento que se intenta poner de manifiesto, en este caso, el dibujo de un animal corriendo, superponiendo las patas del mismo, generando el efecto visual de dicho movimiento.

 En palabras de Régis Debray: “la historia del ojo no se ajusta a la historia de las instituciones” (Debray,1994. Pp.175) Estas imágenes y relatos que no perecen en piedra forman parte del relato social y de la memoria oral. Allí, reside la importancia de la representación y la producción de imágenes en el origen del pensamiento filosófico occidental. La trascendencia y herencia de las significaciones.

Debray enumera tres conceptos para entender las técnicas de transmisión en la evolución del hombre de la trayectoria en la construcción de imágenes. Esto no quiere decir que están separadas unas de la otras, sino que, se superponen, se imbrican y hay un “relevo sucesivo por hegemonía” (Debray, 1994. Pp.176) aquello que en un momento determinado domina la voluntad de la mirada luego es dominada por otra. El autor menciona la primera era como la: “Logosfera” era de los ídolos y se toma desde los tiempos de la escritura a la imprenta. Una segunda: “Grafosfera” era de la imprenta a la televisión a color y la tercera: “Videosfera” era de lo visual que corresponde a la contemporaneidad y en la que nos vamos a centrar.

Cada una ejerce hegemonía en un medio de vida y un pensamiento histórico. Crea asimismo un “horizonte de expectativa de la mirada” (Debray, 1994. Pp. 176) y un modo de observar que no nace esporádicamente a partir de la actualización de la técnica, sino que una imagen es el reflejo de otras anteriores. Se puede decir que es conocimiento y técnica sedimentado y acumulado en la historia visual. Por eso mismo, el fabricante de imágenes, quien pone en cuerpo lo abstracto, asiste a la transformación de la mirada. Asimismo, captura un momento subjetivo de su contexto. Por eso, las sociedades junto a la técnica han conseguido identificar qué se ha intentado transmitir o aparentar en vista a la posteridad a través de la representación de la imagen

Las respectivas eras que plantea el autor se corresponden con momentos del pensamiento humano. En la era del “ídolo”, el autor afirma que los imaginarios colectivos comienzan desde lo mágico hacia lo religioso (la edad media) donde se venera la imagen; la era del “Arte” (el renacentismo con base en Florencia) la veneración por la escultura, la belleza y la forma se distingue lo teológico a lo histórico (el poder político) es decir, se erige la figura del hombre; la tercera es la “Visual” corresponde al ser humano. Esta ultima que el autor menciona es la que compete a este trabajo y, en esta era del pensamiento, la esfera de lo económico es la que rige donde el objeto es el entretenimiento y la estimulación y se caracteriza por ser virtual. Debray plantea que las tres clases de imágenes designan tipos de apropiación de la mirada y que somos contemporáneos a las tres, como ya fue mencionado, se imbrican y constituyen nuestra estructura de la memoria genética.

Al referirnos al concepto hegemonía hablamos de relaciones de poder. En este sentido, la capacidad de nominar, establecer que es lo verdadero según una episteme reinante. El que nomina, domina. Así es que al mencionar cada era y sus características se nos presentan tres posturas afectivas que el autor Debray les asigna respectivamente, en la era del ídolo es el temor, en el arte el amor y lo visual el interés, y representan el sentir de cada época. Debray concluye: “Dime lo que ves; y te dire para que vives y como piensas” (Debray, pp.182) Esta frase nos ayuda a pensar en las representaciones sociales desde las construcciones de sentidos que prevalecen en los discursos a los que hoy asistimos en la televisión argentina. Discursos que pujan en las relaciones de poder y ejercen hegemonía en pos de intereses a través de las imágenes. Lo que relatan trastoca la psiquis individual y el imaginario colectivo, al mismo tiempo, constituyen a la cultura de una sociedad.

Cuando hablamos de sentidos disputados, nos referimos al aspecto cultural tomándolo como transversal en toda práctica social. Entendemos a la cultura como un proceso social integral de producción, circulación y consumo de significaciones. Toda práctica social es cultural, es decir, está atravesada simbólica, histórica y colectivamente. Desde esta perspectiva, la cultura es entendida como la producción, distribución, consumo y resignificación de contenidos culturales. Si hablamos de discursos, estamos pensando en narraciones y también estamos hablando de relatos. Las imágenes son narraciones significantes y los discursos son ideológicos, políticos y culturales. Entonces, podemos decir que la imagen artificial en nuestra era se ha convertido en el trabajo acabado de la acumulación histórica en la representación en las diversas subjetividades sociales. Hoy, forjan su producción en la experiencia cultural capitalista moderna con un objeto e interés distinto, ya no es el ídolo, el arte o lo visual, sino que las tres unificadas son regidas por el mercado.

En relación con la disputa hegemónica-cultural y el ejercicio del poder, estamos pensando en las prevalencias de un relato/discurso/verdad sobre otro. Lo que se toma como verdadero está atravesado por relaciones en las que los sectores dominantes tienen mayor potestad para establecer como “verdad” su visión del mundo. Esas ideas que pasan como verdaderas son las que se constituyen como sentido común en una sociedad y en un momento histórico particular. Dario Sztajnszrajber, filosofo argentino, dice que “la información es lo de menos, lo importante son los dispositivos, las estructuras con las que pensamos la realidad” Nuevamente, la información, la imagen audiovisual, en tanto imagen, no es relevante en sí mismo, sino en cómo sea utilizada e interpretada. Estos esquemas se ven relacionados a los intereses e ideología, que funcionan, en términos de Walter Lippmann (1964) como mapas cognitivos y son performativos, es decir, producen un efecto, modelan de alguna manera la subjetividad y las conductas sociales. Por eso, es importante entender que los sectores sociales en pugna disputan, en última instancia, quién establece la verdad para la mayoría y para ello no alcanza sólo con manejar información, sino que es necesario redefinir las estructuras de poder mediante las cuales esa información se produce, se distribuye, circula, se consume y es apropiada por los sujetos sociales.

Inmerso en los estudios de la opinión pública, retomamos a Lippmann para reflexionar sobre los efectos de la televisión en las audiencias. La opinión pública es el conjunto de ideas preconcebidas, creencias y valores, compartidos y reproducidos por un grupo social. Estas características conforman lo que el autor menciona como “pseudoambiente”. El mismo es caracterizado como la forma que los individuos tenemos para observar el mundo en la imposibilidad de percibir lo real en nuestra condición humana: “El verdadero ambiente es, en su conjunto, demasiado vasto, demasiado complejo y fugaz para el conocimiento directo. No estamos equipados para tratar con tanta sutileza, tanta variedad, tantas permutaciones y combinaciones” (Lippmann, 1964, Pp21). Es decir, que el sujeto traza un mapa ante la inabarcable realidad y “aunque debemos actuar en ese medio, tenemos que reconstruirlo sobre un molde más sencillo antes de poder manejarlo” (Lippman, 1964. Pp22). Nuestras creencias culturales son los esquemas, los marcos desde los que nos representamos el mundo. Creamos estereotipos, clichés, lugares discursivos comunes para nominar nuestros miedos, anhelos y fantasmas. Creemos que la real batalla por el poder se da en un aspecto cultural-simbólico, se materializa en expresiones políticas concretas y se manifiesta complementariamente en los medios de comunicación como la televisión o las redes sociales virtuales, etc. El autor menciona cuán indirecto es nuestro intento por percibir la realidad absoluta y concluye: “Las noticias nos llegan a veces con rapidez, otras veces con lentitud, pero tomamos lo que creemos ser una imagen verdadera por el ambiente auténtico” (Lippmann, 1964, p.14). Estamos en virtud de decir que los individuos vivimos a través de la creación de ficciones, imágenes del mundo en términos de Lippman, que no quieren decir falacias, sino representaciones. Estas ficciones se manifiestan en la vida social ya que la velocidad de flujo de la información representa un cambio de paradigma en cuanto a la construcción de representaciones de la realidad.

A fin de ampliar estas definiciones, el concepto de ideología nos ayudará a pensar cómo se construyen estos sistemas de ideas, cómo se configuran, se negocian y se disputan en el lenguaje y como en los relatos las significaciones construyen sentido. Aquí, podemos mencionar a dos autores que han trabajado este concepto desde diferentes perspectivas: Stuart Hall y Louis Althusser. El primero desde una mirada culturalista y este último piensa la ideología de una forma más bien estructuralista, fuertemente vinculada a la condición de clase. En su ensayo “Ideología y aparatos ideológicos del Estado”, Althusser entiende a la ideología como “sistema de ideas, representaciones, que domina el espíritu de un hombre o un grupo social” (Althusser, 1988.Pp18). Luego el autor amplía la definición: “la ideología es una ´representación´ de la relación imaginaria entre los individuos y sus condiciones reales de existencia”. Desde los Estudios Culturales, Hall continúa la línea de Raymond Williams, quien también trabajó el término “ideología”. En una de sus conferencias dictadas en Illinois en 1983, Hall realiza una crítica a Althusser: “(...) sólo llega a convertirse en una fuerza social unificada cuando consigue constituirse como un sujeto colectivo dentro de una ideología unificada” interpreto que el punto en el que el sujeto deja de ver el abismo entre sus representaciones y las “relaciones reales” de una sociedad particular constituye al “influjo de estructuras en alto grado ideológicas de sentido común, el régimen de lo que se da por sentado” (Hall, 2017. Pp 185).

Partimos de estos conceptos para problematizar acerca del “sentido común”, es decir, cómo se construye una referenciación en un grupo a partir de un sistema de ideas, valores e imaginarios sociales compartidos. El proceso, mediante el cual un individuo se referencia en el imaginario social, construye su posición en la sociedad y esta no es lineal. Está atravesada por tensiones, contradicciones y produce de acuerdo a una serie de preconceptos. De alguna manera, configuran el pensamiento, y en este sentido, es importante la nominalización, es decir, cómo construimos y nos apropiamos de categorías para ordenar nuestra visión del mundo y darles nombres a objetos, individuos, grupos sociales, situaciones etc.

Tomaremos un caso puntual de un suceso en un noticiero de la televisión argentina en la señal de noticias “TN -Todo Noticias”, conducido por Sergio Lapegue y Dominique Metzger como notera, con el fin de articular los conceptos anteriormente mencionados y para pensar en las representaciones de la imagen en la construcción social del sentido. En el fragmento audiovisual citado se puede observar como la periodista cubría las inundaciones en la ciudad de Buenos Aires y en la vorágine de relatar lo que sucedía, alertados por un transeúnte sobre un robo que estaba cometiéndose en vivo, sumado a la insistencia del conductor, se adelantaron a dar por sentado ante los televidentes que los protagonistas que “supuestamente” pergeñaban el delito eran unos jóvenes que se encontraban en el lugar. Notándolo como una obviedad que esos jóvenes vestidos con ropas deportivas eran sin dudas los señalados ante el hecho en cuestión. La movilera, al acercarse hasta el lugar junto a la cámara se ve contrariada al descubrir que los jóvenes solo estaban sacando el agua de la vivienda anegada.

Este fragmento deja a la luz varias aristas de discusiones en torno a la televisión y su presencial social. Con respecto a la importancia de las pantallas en relación entre los sujetos y sus mediaciones, Leonardo Murolo dice: Como sujetos sociales necesitamos que nos cuenten historias. Desde las pinturas rupestres, la cultura oral, la escrita y el cine, hasta la industria digital actual, estamos construidos por relatos que nos identifican. Subestimar los usos que el poder realiza de la cultura masiva es uno de los grandes problemas del análisis de medios de comunicación. Finalmente, la pelota también pasa al campo de las audiencias, quienes en busca de entretenimiento consumen productos en los que siempre hay que dimensionar el sustancial valor simbólico de las representaciones del mundo que proponen. (Página12, LA VENTANA,13/2/2019) En primer lugar, es interesante pensar las industrias culturales y su carácter competitivo mercantil de los medios de comunicación que priman lo “mediático” en detrimento cualitativo de la información.

En segundo lugar, es importante señalar la carga ideológica que se propone en un medio masivo y la construcción de su agenda mediática ante el acto de informar que no puede separarse de las construcciones sociales culturales de sus audiencias, están conectadas y se reatroalimentan, es decir, comparten y negocian visiones del mundo, valores y prejuicios. En este sentido, Alzueta agrega: “Los medios no están en el grado cero de la historia. Para que estos puedan ganarse la confianza y el consentimiento de la opinión pública, para que “la gente” crea en los periodistas, éstos tuvieron qua haber recalado en su sentido común. Si los periodistas pueden dirigir –y lo digo en un sentido gramsciano- a la sociedad, perfilar un consenso, se debe a que la audiencia se siente tenida en cuenta o hablada por la prensa” (Alzueta, 2014)

El presente trabajo no busca hacer un juicio de valor ante una línea editorial ni plantea analizar los fenómenos mencionados desde una perspectiva funcionalista. La retroalimentación no se desarrolla de manera absoluta, se podría decir que se han constituido aldeas ideológicas, donde la pluralidad de las audiencias, eligen y sé enfilan detrás de aquellos espacios televisivos que son cercanos a sus creencias previas. Alzueta continua en este sentido: “Los medios cultivan actitudes y valores que ya están presentes en la cultura, y por ello sirven para mantener, estabilizar y reforzar creencias o conductas convencionales. Si los medios encuentran eco en la audiencia será porque ésta se identifica con las concepciones de mundo que ponen en juego” (Alzueta, 2014) Asistimos a una pluralidad de audiencias y no es estática ni tampoco pasiva en función a la pertenencia ideológica, clases sociales y del diferente posicionamiento en la estructura social.

Cuando se habla de cómo nos ha educado la pantalla durante nuestra vida, dejamos de lado todo lo que encarna el dispositivo con relación al sujeto. Es decir, las mediaciones, el proceso de apropiación que es aún más complejo. No es solo el aparato físico y aquello que transmite, sino el valor simbólico que ofrece en sí mismo y la negociación de sentidos de la que se vale en su consumo. Con respecto a esto, retomando a Roger Silverstone, la televisión es un medio y sus comunicaciones –programas, narrativas, retórica y géneros- suministran la base para su segunda articulación. Sólo se tiene acceso a ellas como resultado de la apropiación anterior de las tecnologías mismas, es decir, que alrededor del dispositivo existen varios aspectos a analizar en el momento de la apropiación. Es necesario preguntarse qué lugar ocupa el objeto en un hogar, qué representa ese objeto para los individuos, qué valor tiene, qué importancia tiene en su vida cotidiana y qué sucede con los contenidos que reproduce.

El consumo es también una práctica simbólica. El objeto es parte de nuestra cultura de consumo doméstico y la televisión en particular, según Silverstone, supone una doble “articulación” a través de la producción y reproducción en esta relación entre objeto y consumidor. Consumimos televisión y consumimos a través de la televisión. El autor entiende el consumo como uno de los procesos en los cuales el individuo se incorpora en las estructuras de la sociedad capitalista.

En tercer lugar, este caso en TN y otros a los que podríamos citar de ejemplo de la actualidad en la televisión argentina y de los noticieros en particular, nos permite afirmar que las representaciones de la imagen juegan un papel importante en el plano simbólico-cognitivo; el lenguaje y las ideas construyen la forma en que nos relacionamos unos con otros, la forma en que habitamos los espacios y las voluntades de los cuerpos. Los medios no sólo establecen agenda sino también los temas que importan en la vida cotidiana. Imprimen un comportamiento y sugieren un punto de vista. Los medios de comunicación no nos dicen qué pensar, sino de qué hablar y como hablar sobre esos temas. La televisión refuerza, revalida y construye consensos en la reproducción de prejuicios de clase espectacularizados que revictimizan a las juventudes de sectores estigmatizados en Argentina.

El “pibe chorro” como estereotipo es un constructo social que da vida a un sujeto y una etiqueta en la cual el joven se ve señalado como sujeto conflictivo y violento. Partiendo siempre desde la mirada subjetiva adulto-céntrica y determinada por sus estilos y capacidades de consumo. Esteban Rodríguez Alzueta en “El pibe chorro no existe” hace una referencia a esto al decir: “No existen los pibes chorros, existen jóvenes que son objeto del olfato social de la vecinocracia, jóvenes que fueron etiquetados como problema, fuente de riesgo” y remarca que no son los medios los que construyen e imponen las ideas, sino que la ciudadanía en su forma de interpretar la realidad social (su “olfato”) es decir, en sus ficciones del mundo encuentran estos clichés y lugares comunes para nominalizar aquello a lo que el sujeto/vecinocracia le teme o le preocupa. El pibe chorro, es una imagen que surca la historia, un constructo social residual en términos de Hall que corresponde a un imaginario social de larga duración pero que constituye prácticas viejas que persisten y se reproducen en el tiempo. El pibe chorro es un estereotipo de joven que objetiva al sujeto. En este, se depositan etiquetas diversas como las figuras del villero, el planero, el piquetero, el falopero, el subversivo, el cabecita negra, el grasa, el descamisado, el anarquista tirabomba, el gaucho y el indio salvaje.

 

Conclusión

No se puede negar que las imágenes televisivas se han calado profundamente en la memoria social como en los procesos cognitivos y las costumbres cotidianas. Adhiero a Martin Barbero en esta línea al decir que: “se trata de una capacidad de interpelación que no puede ser confundida con los ratings de audiencia…la verdadera influencia de la televisión reside en la formación de imaginarios colectivos, esto es, una mezcla de imágenes y representaciones de lo que vivimos y soñamos” (Barbero, 2015. PP20) el autor hace referencia a la presencia y el valor simbólico que porta la industria televisiva en el aspecto político-cultural y según Barbero: “sólo puede ser evaluado en términos de la mediación social que logran sus imágenes” (Barbero, 2015. P20) Las narrativas mediáticas refuerzan sentidos y llevan a producir una revictimización de los jóvenes que viven en carne propia la estigmatización. Nos brindan imágenes mentales y puede verse ejemplificado cuando un medio de comunicación, en prime-time, revalida una construcción discursiva porque reconoce en su audiencia el mismo código.

Podríamos retomar a los “pánicos morales” como concepto acuñado por Kenneth Thompson para concluir sobre los efectos de las representaciones de la imagen. Los pánicos morales refieren a una condición, episodio, persona o un grupo de personas que aparecen y son descriptos como una amenaza para los valores e intereses de la sociedad; los medios de comunicación lo presentan de forma estereotipada; los líderes de opinión quienes tienen voz autorizada se atrincheran desde sus percepciones éticas. Estos expertos, socialmente acreditados, pronuncian sus diagnósticos, soluciones y buscan alternativas para afrontar el problema. La preocupación, miedo, sensación de inseguridad que producen los estigmas y relatos no reflejan la realidad o la veracidad de los hechos. Bajo esta línea se generan noticias y construyen agenda en torno a los temas que son reproducidos todos los días.

Esto demuestra, como a partir de un hecho, empiezan a aparecer otros similares, los noticieros presentan que la misma situación ocurrió en otros lugares fomentando el pánico moral. De esta forma, los medios terminan representando visiones del mundo, sumergiendo a las audiencias en espacios de violencia, angustia y desesperación en base a la construcción de estigmas sociales sobre diversos grupos de la sociedad.

Al escribir estas líneas, encuentro oportuno mencionar un caso reciente sucedido en Quilmes, donde un hombre mayor de edad asesinó con su arma a un joven que le había robado en su vivienda. El caso resuena por la cobertura mediática recibida. Los periodistas y las voces que se invocan son puestos ante la cámara y exponen sus ideas sondeando la indignación de las audiencias. Debaten sobre el accionar de la justicia, la policía, el gobierno, etc. Pero es interesante observar cómo, algunos periodistas, presentan los protagonistas de la noticia. El jubilado y el joven ladrón. No solo fueron detenidos los implicados en el hecho sino al hombre mayor de edad víctima del robo, devenido en victimario al asesinar al joven. Este tema en la opinión pública resonó fuertemente en las redes sociales despertando falsos debates e ideas punitivistas que justifican la justicia por mano propia. Todos estos escándalos tienen la capacidad de provocar indignación y conseguir formas de movilización puramente sentimentales o apasionadamente agresivas.

En este trabajo dejo abiertas varias líneas para continuar desarrollando de manera más extensa. Pero, esta critica a las construcciones discursivas y las representaciones sociales de la imagen en televisión, reflejan las huellas de nuestro momento histórico, las discriminaciones y arbitrariedades que el lenguaje y las narrativas mediáticas reproducen.

 

 

 


BIBLIOGRAFIA

Althusser, Louis (1988) “Ideología y aparatos ideológicos del Estado”. Nueva Visión. Buenos Aires.

Alzueta, Rodriguez Esteban (2017) “Los pibes chorros no existen” Disponible en línea: https://www.agenciapacourondo.com.ar/violencia-institucional/los-pibes-chorros-no-existen-por-rodriguez-alzueta

Alzueta, Rodriguez Esteban (2014) “Temor y control. La gestión de la inseguridad como forma de gobierno”. Buenos Ares: Futuro Anterior.

BARBERO, Jesús Martin. (2015) ¿Desde dónde pensamos la comunicación hoy? Chasqui. Revista Latinoamericana de Comunicación, N.º 128, abril-julio 2015 (Sección Tribuna, pp. 13-29) ISSN 1390-1079 / e-ISSN 1390-924X. Ecuador: CIESPAL

Debray, Regis (1994). Vida y muerte de la imagen: Historia de la mirada de occidente. Buenos Aires: Paidós.

TN-Todo Noticias (Fragmento) – “Papelon de Sergio Lapegüe y Dominique Metzger en TN” Disponible en youtube: https://www.youtube.com/watch?v=XQJ6iyt2tfA

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Hall, Stuart (2017) Estudios Culturales 1983. Una historia teorética. Paidós. Buenos Aires.

Herzog, Werner (2011) La cueva de los sueños olvidados, film 3D

Lippman, Walter (1964) La opinión pública. Buenos Aires. Compañía General Fabril Editora.

Murolo, Leonardo N. (13 de Febrero 2019). ¿Por qué Netflix?. PAGINA12. Disponible en: https://www.pagina12.com.ar/174666-por-que-netflix?fbclid=IwAR0U9og1kjy9rKGQguGESffTChe4IDvrD9YA0bC-nKfGUme_rCTYnPTruSI

Thompson, Kenneth (1998) “Pánicos morales”. 1a ed. Traducido, Bernal: Universidad Nacional de Quilmes, 2014. 200 p

Williams, Raymond (1980) Cap. II: “Teoría cultural”. En Marxismo y literatura. Madrid. Península.

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