Iglesias, Martin
Romero, David
Introducción
En
este artículo proponemos problematizar las prácticas que se dan en las redes
sociales virtuales en torno a la militancia política y a la difusión de ideas
con el objetivo de intervenir en la disputa por el sentido. Esto es, las
discusiones que se dan en la sociedad en relación a cuestiones políticas de
diversa índole y que tienen la intención de construir, negociar y disputar
sentido a fin de que una posición ideológica triunfe por sobre otras. A este
proceso podemos llamarlo batalla cultural. Esta propuesta está vinculada al
interés por pensar los usos referidos a las nuevas tecnologías y las prácticas
que, a partir de los mismos, podemos identificar en las redes sociales
virtuales y al desafío de pensar estos espacios como un terreno atravesado
fuertemente por las discusiones, las tensiones y las contradicciones que las sociedades
enfrentan. Las redes sociales virtuales hoy ocupan un lugar central en el
desarrollo de la vida social. Son espacios de interacción masiva en los que se
comparten contenidos y se
constituyen lógicas y narrativas que los sujetos comunicacionales apropian. Se
forjan, reafirman y reproducen ideas. Además, tienen características que las
diferencian de otros medios como la instantaneidad, la posibilidad de
viralización y la actualización constante. En esta línea se enmarca la voluntad
política de librar una batalla en las redes sociales virtuales. Para comenzar a
comprender este fenómeno entendemos que es necesario dimensionar el flujo de
información que circula, la cantidad de usuarios en línea y las plataformas que
las sustentan. Aquí la importancia para los sectores en puja de hegemonizar los
discursos en las redes. Por lo tanto, en este trabajo proponemos categorías que
pueden ser útiles para problematizar estos espacios y sistematizar sus
prácticas.
Este
capítulo está dedicado al análisis de la página de Facebook La Batalla
Cultural. Vale aclarar que este espacio no se reduce a esa red social, sino que
nos enfocamos principalmente en ese aspecto del proyecto de militancia política
mencionado. Utilizamos el concepto de ciberactivismo para pensar las prácticas
de constitución y difusión de un sistema de ideas o un posicionamiento político
con fines de movilización. Consideramos que las redes sociales virtuales cuando
son utilizadas y apropiadas para posicionarse políticamente pueden ser
transitadas como un espacio desde el cual convocar a ocupar el espacio público,
lo que se dice “ganar la calle”. Esta relación entre espacio virtual y espacio
público es un punto sustancial de la práctica sobre la que reflexionaremos, ya
que si bien entendemos a las redes sociales virtuales como un nuevo lugar en
donde se da la batalla ideológica, estas no reemplazan al encuentro “no
virtual”, en términos de Florencia Saintout (2013) sino que lo complementan,
convocando a ocuparlo.
Desde
nuestra perspectiva concebimos al sujeto de la comunicación con intención de
negociar sentidos y resignificar constantemente en su actividad comunicacional.
Nuestro enfoque teórico se enmarca en una posición culturalista de los usos.
Nos preguntaremos cómo los sujetos se relacionan con las redes sociales
virtuales, cómo las cargan de sentido y cómo las utilizan para la militancia
política, teniendo en cuenta que son herramientas con usos sociales diversos.
Nos
enfocaremos en la construcción de identidad dentro de las redes sociales
virtuales pensando en términos de grupos o colectivos que se reúnen en torno a
la defensa de un conjunto de ideas y utilizan las nuevas tecnologías para
organizarse. Luego pensaremos cómo se da la confrontación entre estos espacios
que llamaremos “ideósferas”, término propuesto por Roland Barthes. Para ello
indagaremos en las características específicas de Facebook en torno a la
segmentación de los públicos y los interrogantes que esto abre para los
sectores que se enfrentan en esta batalla y pretenden convencer de sus ideas a
otros, a los que en elecciones suele llamarse “los indecisos”.
El
caso de La Batalla Cultural
La Batalla Cultural surge en 2014. Tiene página de
Facebook, página web, canal de Telegram y perfiles tanto en Instagram como en
Twitter. Lleva editados 3 libros. En su descripción en las diferentes redes
suscribe: “Espacio de resistencia nacional y popular. Entre Gramsci y
Jauretche, con color moreno americano de la Patria Grande. No apto para gorilas
y troscos.” En torno a esta definición podemos señalar el establecimiento de un
“nosotros” y un “ellos”, manifestando que los “ellos” no tienen lugar en ese
espacio. A su vez se posiciona desde la “resistencia”, lo que podría ser leído
como un lugar de contrahegemonía, de disputa al orden dominante. Se ubica
dentro de lo “nacional y popular” (redefinido como nacional-popular en su
tercer libro[1],
a fin de marcar la indivisibilidad de la nación y el pueblo) y señala dos
influencias vertebradoras de su pensamiento político (Antonio Gramsci y Arturo
Jauretche), que a su vez aparecen en la tapa del primer libro[2].
Este espacio de militancia define a la batalla
cultural como “la lucha por el sentido, más precisamente por la orientación del
sentido común en la sociedad civil con el objetivo de establecer en esta una
hegemonía” (Valadares, 2016). Para desarrollar este planteo, el autor recurre a
los conceptos de Gramsci de “guerra de maniobras” y “guerra de posiciones”. La
primera (también llamada “guerra de movimientos”) se refiere a estrategias de
ataque directo de tipo militar al centro del poder político, buscando por esa
vía la toma del poder o la caída del enemigo (en este sentido, el mismo autor
ejemplifica con la experiencia de la Revolución Cubana y de la Revolución
Rusa). En cambio la guerra de posiciones comprende la disputa en el terreno
político y cultural con el objetivo de construir hegemonía sobre la sociedad
civil y desde allí llegar al poder del Estado. Es en esta última donde se
comprende la batalla cultural, puesto que allí se construye, se disputa y se
negocia sentido. A partir de esa lucha ideológica se busca establecer el
sentido común y realizar una transformación de las estructuras sociales capaz
de perdurar en el tiempo, superando una victoria meramente electoral o el
resultado de la relación de fuerzas en una coyuntura específica.
Por eso entendemos que es crucial analizar esta
batalla y cómo se utilizan para ese fin las nuevas tecnologías y las nuevas
pantallas. En el plano de la batalla cultural los sectores sociales se configuran,
se referencian, se identifican y confrontan con sus adversarios en una lucha en
la que subyace el interés por establecer las bases culturales y la cosmovisión
de una sociedad.
Redes sociales
virtuales y espacio público: el ciberactivismo
Las
redes sociales virtuales se han convertido, como hemos señalado, en un espacio
más para dar la batalla cultural, que a su vez cuenta con lógicas propias,
referidas a las narrativas que allí se despliegan y a cómo los sujetos y grupos
sociales las cargan de sentido a través de los usos. Aparecen entonces
novedosas formas de militancia que podemos, en primer término, sintetizar en el
concepto de “ciberactivismo”: “Podríamos definir «ciberactivismo» como toda
estrategia que persigue el cambio de la agenda pública, la inclusión de un
nuevo tema en el orden del día de la gran discusión social, mediante la
difusión de un determinado mensaje y su propagación a través del «boca a boca»
multiplicado por los medios de comunicación y publicación electrónica personal.”
(De Ugarte, 2007). El autor agrega que “el ciberactivismo no es una técnica,
sino una estrategia”, por lo que el aspecto central de esta práctica está
en los usos, apropiaciones y resignificaciones que los sujetos comunicacionales
hacen de las redes para desarrollar una actividad de militancia política o de
toma de posición respecto de un tema socialmente relevante. Por lo tanto las
prácticas de ciberactivismo están situadas histórica, social y culturalmente.
Entonces deben ser pensadas en su contexto de producción. Suponen un desafío a
fin de construir discursos que logren interpelar a los destinatarios deseados y
entren en circulación en el espacio público o al menos en un proceso de
producción social de sentido que trascienda las redes sociales virtuales. Este
punto lo trabajaremos con el caso de La Batalla Cultural para pensar cómo se
pueden utilizar las redes sociales virtuales para no dirigirse solamente a los
“convencidos”.
Para
complementar lo dicho sobre la práctica de ciberactivismo en relación a los
usos, podemos pensar en la forma de participación y en la distribución del
poder que ésta reconfigura: “(...)las luchas para una comunicación
alternativa se han convertido en luchas políticas porque cuestionan la
estructura de poder y plantean una participación activa de la población en los
procesos de toma de decisiones.” (Gravante, 2012). En este caso tomamos el
concepto de “alternativo” para expresar formas de comunicación y de militancia
disidentes respecto de las hegemónicas, es decir, formas de organización que
disputan el sentido común dominante y promueven la transformación de las
estructuras sociales existentes. En la alternatividad se gesta un espacio
propicio para generar prácticas políticas de resistencia que cuestionan las
relaciones de poder, el sentido común, la opinión pública, la sociedad civil y
los discursos hegemónicos.
Posverdad,
“fake news” y trolls
Podemos
mencionar los conceptos de “posverdad”, “fake news” y “trolls” como ejemplos de
prácticas políticas en el terreno de la comunicación digital. Se constituyen
como nuevas estrategias de uso de las redes sociales virtuales en pos de un
interés político específico. El objetivo es interpelar la subjetividad,
reafirmar o reconfigurar los sentidos construidos y reforzar las creencias previas.
De esta forma quienes detentan algún interés concreto, pretenden fidelizar a
sus seguidores y a su vez brindarles “argumentos” para poder reafirmarse en esa
posición utilizan estrategias que tienden a generar comodidad entre su público
a partir de la reproducción de las ideas compartidas por ese grupo.
Podríamos
decir que la función de los trolls en las redes sociales virtuales es
reproducir un contenido que favorece a un determinado espacio político o
interés particular ya sea expresando una posición de apoyo al mismo o contraria
a sus enemigos o adversarios políticos. La idea más extendida de troll refiere
a personas que operan a partir de una especie de call center, en general desde
cuentas falsas, cuya finalidad es instalar una determinada idea a partir de la
repetición de un hashtag o difundiendo información falsa, por ejemplo. También
intervienen en páginas, grupos o perfiles de medios digitales o espacios que no
son afines al interés que defienden con el objetivo de generar debates y
polémicas. En este caso son orquestados por sectores vinculados al poder
económico y financiero que invierten dinero en esta práctica porque entienden
que es necesario “ganar las redes” para construir un nuevo sentido común
hegemónico, es decir, lograr un consenso en las mayorías respecto de las ideas
que sustentan el proyecto político de los sectores más poderosos.
En
Argentina se habla de “los trolls de Marcos Peña”, en referencia al jefe de
Gabinete de Ministros de la Nación del gobierno de Mauricio Macri. Esta idea no
quedó solamente en el “vox populi” sino que se han publicado informes
televisivos y notas periodísticas al respecto[3]. Tal es el
caso del programa de televisión de Roberto Navarro “El Destape”, que se emitía
en C5N hasta que el periodista fue despedido de la señal. Allí se presentaron
informes al respecto y en uno de ellos (que se puede ver en Youtube)[4]
Navarro muestra casos de cuentas falsas en las que se veía la fluctuación en su
actividad de acuerdo a los días, es decir: de lunes a viernes llegaban a
postear más de 1.000 tuits en un día, pero los sábados y domingos no tenían
actividad. Es decir, cumplían horario, 8 horas de lunes a viernes y luego no
interactuaban en la red. También se pueden observar algunos ejemplos del
contenido que se promueve desde esos “call centers” y qué estrategias se
utilizan, desde la automatización de datos y los algoritmos, por mencionar
algunos.
Ahora
bien, ¿cómo podemos vincular estas prácticas con la idea de posverdad? Aquí
introducimos este concepto, tan utilizado en los últimos años, para
problematizar acerca de cómo se establecen y se redefinen las afinidades
políticas, de qué manera se refuerzan los imaginarios y cómo se establece lo
“verdadero”, que es en última instancia el sentido común de una sociedad en un
momento histórico. Este concepto está muy relacionado a las prácticas de la
comunicación digital, sobre todo a las redes sociales y aquí entra en
consonancia con el de “fake news”, que se refiere básicamente a las noticias
falsas. En principio, para pensar la posverdad decimos que es un concepto que
expresa el fenómeno por el cual, en términos de recepción, es más importante
reafirmar las creencias previas que la veracidad de la información. Nos
referimos a la veracidad en tanto a si realmente los datos que se mencionan son
ciertos, más allá de que siempre los datos son interpretables y no existe la
información “objetiva” porque siempre se produce discurso desde una
subjetividad. Este aspecto carece de relevancia para quien se encuentra frente
a esa información. La sola condición de que un discurso resulte creíble y sea
útil para reafirmar las creencias e ideas previas, es suficiente para tomarlo
como verdad.
Para
ilustrar esta idea, retomamos las palabras del filósofo argentino Darío
Sztajnszrajber, quien se ha expresado en relación a este término: “Lo que me
parece clave para entender la posverdad, es que, aunque la verdad no exista, se
generan consensos, muy direccionados desde ciertos estratos de poder, para
establecer que determinadas ideas pasan como si fueran verdaderas”[5]. Si
bien no es la intención de este trabajo discutir acerca de qué es la verdad,
resulta interesante este punto para referirnos a que lo que se toma como
verdadero está atravesado por relaciones de poder en las que los sectores
dominantes tienen mayor potestad para establecer como “verdad” su visión del
mundo que, a la vez, es una justificación de sus intereses en el campo de las
ideas. Esas ideas que pasan como verdaderas son las que se constituyen como
sentido común en una sociedad y en un momento histórico particulares.
Sztajnszrajber agrega que “la información es lo de menos, lo importante son
los dispositivos, las estructuras con las que pensamos la realidad”.
Nuevamente, la información, en tanto dato, no es relevante en sí misma, sino en
cómo sea utilizada e interpretada. Y esto cada grupo lo hará de acuerdo a sus
intereses, que funcionan, en términos de Walter Lippmann
(1964), como mapas cognitivos. Estos esquemas son performativos, producen un
efecto, modelan de alguna manera la subjetividad y las conductas sociales. Por
eso entendemos que los sectores en pugna en esta lucha por el sentido en el
terreno digital disputan, en última instancia, quién establece la verdad para
la mayoría y para ello no alcanza sólo con manejar información, sino que es necesario
redefinir las estructuras de poder mediante las cuales esa información se
produce, se distribuye, circula, se consume y es apropiada por los sujetos
sociales para la acción política. Deconstruir esos mecanismos es clave para
no reproducir la lógica de la posverdad y contar con elementos veraces para
debatir.
La
ideósfera como espacio de construcción de identidad
Para
analizar la conformación de espacios de militancia en las redes sociales
virtuales retomaremos el concepto de ideósfera, propuesto por Roland Barthes. En principio
podríamos decir que es un sistema de ideas compartido por un grupo y que a su
vez se reproduce a sí mismo. Siguiendo al autor podríamos definirlo como el “sistema
lingüístico de una ideología, un sistema discursivo fuerte, que puede ser
imitado, hablado insospechadamente por un gran número de personas y como un
´sociolecto´”. Estos sistemas discursivos son epónimos, porque al contrario
de lo anónimo, en ellos el nombre está siempre presente. En este punto, el
autor pone como ejemplos al freudianismo y al marxismo, ya que en ellos se
nombra a quienes dan origen a esos sistemas de ideas (Freud y Marx) y a su vez
ambos contienen palabras o conceptos que forman parte de su lenguaje, sus
teorías, sus categorías para comprender y analizar el mundo.
A fin de
ampliar estas definiciones incluimos el concepto de ideología, para pensar cómo se construyen
estos sistemas de ideas, cómo se configuran, se negocian y se disputan en el
lenguaje las significaciones que le dan sentido. Aquí podemos mencionar a dos
autores que han trabajado este concepto desde diferentes perspectivas: Stuart
Hall y Louis Althusser. Este último piensa la ideología de una forma más bien
estructuralista, fuertemente vinculada a la condición de clase, mientras que el
primero propone una visión culturalista. En su ensayo “Ideología y aparatos
ideológicos del Estado”, Althusser entiende a la ideología como “sistema de
ideas, representaciones, que domina el espíritu de un hombre o un grupo social”
(Althusser, 1988). Luego el autor amplía la definición: “la ideología es una
´representación´ de la relación imaginaria entre los individuos y sus
condiciones reales de existencia”. Desde los Estudios Culturales, Hall
continúa la línea de Raymond Williams, quien también trabajó el término
“ideología”. En una de sus conferencias dictadas en Illinois en 1983, Hall
realiza una crítica a Althusser: “(...) sólo llega a convertirse en una
fuerza social unificada cuando consigue constituirse como un sujeto colectivo
dentro de una ideología unificada”. Quiere decir que el punto en el que el
sujeto deja de ver el abismo entre sus representaciones y las “relaciones
reales” de una sociedad particular constituye al “influjo de estructuras
en alto grado ideológicas de sentido común, el régimen de lo que se da por
sentado” (Hall, 2017. Pp 185).
Partimos
de estos conceptos para problematizar acerca de cómo se construye una
referenciación en un grupo a partir de un sistema de ideas, valores e
imaginarios sociales compartidos. El proceso mediante el cual un individuo se
referencia en el imaginario social y construye su posición en la sociedad no es
lineal. Está atravesado por tensiones, contradicciones y se realiza de acuerdo
a una serie de pre-conceptos. De alguna manera configuran el pensamiento y en
este sentido es importante la nominalización, es decir, cómo construimos y nos
apropiamos de categorías para ordenar nuestra visión del mundo y darle nombre a
las cosas.
Por
otro lado, Hall niega que las representaciones agoten la explicación de la conformación
integral de la ideología en otros estadios de la vida y afirma que: “seguimos
abiertos a que se nos posicione y se nos sitúe de diferentes maneras en
distintos momentos a lo largo de toda nuestra existencia” (Hall, 2017). En este sentido,
entendemos a la identidad no como un producto acabado, sino como un proceso
continuo donde las diversas identidades (étnica, sexo-genérica, política, etc),
el entorno y las relaciones con los demás, conviven y componen al ser. Decimos
identidad cuando nos referimos al posicionamiento de distintos sectores a una ideología,
es decir, la referenciación de un grupo con un conjunto de ideas que los lleva
a compartir creencias, visiones, ambiciones, miedos, sueños, etc. Nos
focalizamos en cómo se da ese proceso de construcción de identidad, pensando en
su carácter fluido, que implica, como dijimos antes, estar atravesado por
tensiones, contradicciones, que nunca está acabado. A partir de esa lógica
dinámica estos espacios se reconfiguran y establecen sus posiciones. Con esto
no queremos decir que quienes se encuentran y se reconocen en alguno de estos
espacios piensan de igual forma en términos absolutos, sino que comparten
visiones del mundo, imaginarios comunes y a su vez esa afinidad se expresa
también en las redes virtuales.
El
lenguaje digital es (también) un campo de batalla
El
sujeto de las redes sociales virtuales puede definirse como prosumidor,
concepto creado por Alvin Toffler[6].
Esto es, un sujeto que a la vez que consume contenidos también los produce.
Este aspecto diferencia a los medios digitales de medios tradicionales como la
radio, la televisión o la prensa gráfica, donde el mensaje se dirige de forma
unilateral (“mensaje ómnibus”, diríamos con Antonio Pasquali[7]). Si
bien este concepto está sujeto a debates y resignificaciones debido al
desarrollo de los espacios digitales en la actualidad, entendemos que puede ser
útil para pensar cómo en estos medios se construye y se negocia sentido. Es
menester caracterizar el uso de las tecnologías comunicacionales por parte de
los individuos en la vida cotidiana, ya que, entre sus prácticas frente al
mercado de la información, buscan el resguardo en los datos y los hechos
concretos para reforzar sus creencias previas. De este modo se conforman
esquemas de pensamiento en torno a una “verdad” relativa que les proporciona la
seguridad para actuar en sociedad. Saber sobre algún suceso o darle nombre a
aquello que nos rodea brinda la sensación de conocer la realidad aparente. De
esta manera se aferran a marcos conceptuales que los proveen de la información
necesaria para tomar decisiones prudentes en la vida social. Decimos prudentes
en el sentido de prever los riesgos posibles que conllevan los acontecimientos,
acciones o conductas con el fin de no producir perjuicios innecesarios.
No
solo usamos la tecnología para evaluar y especular nuestros próximos
movimientos sino también para producir significados en distintos lenguajes
digitales. Creamos, transmitimos nuestras verdades, construimos y compartimos
nuestras identidades culturales. Por consiguiente, generamos espacios comunes
de encuentro, formas de decir y modos de entender, y de esta manera conformamos
aldeas ideológicas. Con el fin de problematizar estos usos, nos vemos en la
necesidad de reconocer su relevancia en la construcción política ciudadana, la
disputa por los discursos y la resistencia político-cultural. Para ello es
preciso conocer los recursos con los que cuenta el sujeto frente al dispositivo
tecnológico, saber cómo funcionan, qué alcance y rango de influencia tienen en
la psicología humana. Pero más importante aún es entender cuánto y cómo inciden
en la vida cotidiana. En este aspecto Erico Valadares, portavoz de La Batalla Cultural,
sostiene: “la importancia de las redes sociales hoy en día es de difusión.
El que piense que puede hacer política en las redes sociales se equivoca. La
política sigue siendo y va a ser siempre una actividad del cara a cara”[8]. Podríamos
decir entonces que La Batalla Cultural, a pesar de su intención de incidir en
la actividad política, concibe a las redes como un instrumento necesario para
difundir contenido, pero no como un lugar en donde se desarrolla esa actividad.
Continuando este análisis de los usos retomamos a
Lippman para referirnos a la disputa por la opinión pública, es decir, el
conjunto de ideas preconcebidas, creencias y valores, compartidos y
reproducidos por un grupo social. Estas características conforman lo que el
autor menciona como “pseudoambiente”. El mismo es caracterizado como la
forma que los individuos tenemos para observar el mundo en la imposibilidad de
percibir lo real en nuestra condición humana: “El verdadero ambiente es, en
su conjunto, demasiado vasto, demasiado complejo y demasiado fugaz para el
conocimiento directo. No estamos equipados para tratar con tanta sutileza,
tanta variedad, tantas permutaciones y combinaciones”. Es decir, que el
sujeto traza un mapa ante la inabarcable realidad y “aunque debemos actuar
en ese medio, tenemos que reconstruirlo sobre un molde más sencillo antes de
poder manejarlo.” (Lippman, 1964).
Nuestras creencias culturales son los esquemas desde los que nos
representamos el mundo. Creemos que la real batalla por el poder se da en un
aspecto cultural-simbólico, se materializa en expresiones políticas concretas y
se manifiesta complementariamente en las redes sociales. El autor menciona cuán
indirecto es nuestro intento por percibir la realidad absoluta y concluye: “Las
noticias nos llegan a veces con rapidez, otras veces con lentitud, pero tomamos
lo que creemos ser una imagen verdadera por el ambiente auténtico” (Lippmann, 1964, p.14).
Estamos en virtud de decir que los
individuos vivimos a través de la creación de ficciones del mundo, en términos
de Lippman, que no quieren decir mentiras, sino representaciones, y al mismo
tiempo son reproducidas por los medios de comunicación. Estas ficciones se
manifiestan tanto en la vida analógica como en la digital ya que la
instantaneidad y la velocidad de flujo de la información representan, en esta
última, un cambio de paradigma en cuanto a la construcción de representaciones
de la realidad. Creemos que este aumento de la
productividad, transmisión informacional, sumado al acceso y participación de
un mayor número de usuarios en las redes, es condición necesaria para dar
cuenta de la cantidad de información que fluye y opera sobre la opinión
pública.
Interacción humana reducida a nada más que datos
Para
ahondar un poco más sobre esto último podemos mencionar que Facebook no es un
terreno neutral frente a la disputa por las ideas ya que posee una lógica que ordena
y promueve las aldeas ideológicas. El funcionamiento de esta red tiende a que
los espacios se atomicen, por eso hablamos de aldeas. Entonces, ¿cómo se
expresa esto en la red social mencionada? Facebook es una plataforma que
potencia la segmentación de las audiencias y se encarga de indexar la
información según contenido. Como resultado podemos observar una delimitación
de las fronteras de estas aldeas virtuales. Los algoritmos de Facebook permiten
que los usuarios consuman sólo lo que quieren ver. Trabaja con métricas,
mediciones que permiten conocer los resultados relevantes del impacto del
contenido para las audiencias, por ejemplo, de determinada noticia volcada en
la web, tanto para ver cómo influye en los usuarios como para mejorar los
puntos débiles de los objetivos estipulados. Cuando hablamos de impacto nos
referimos al alcance, si fue visto o no, la interacción, es decir, si el
usuario clickeó, y lo más importante aún, si gustó o no. Las estadísticas de
Facebook reflejan el rendimiento de una página, esto es, identificar qué tipo
de publicación o qué temas generan más interés a cierta audiencia específica.
De acuerdo a estos algoritmos se delimitan los públicos y se les proporcionan
automáticamente los contenidos, lo que contribuye a segmentar las audiencias
dentro de esta plataforma. La recolección de datos permite un mejor
conocimiento de los usuarios en cuanto a sus gustos, pensamientos, y en
consecuencia, la delimitación de un perfil ideológico, sociocultural. Si
entendemos que el conocimiento es poder, la posesión de datos e información es
una herramienta eficaz para producir y sostener discursos dominantes. En este
punto podemos recurrir a la frase “el que nomina, domina” para pensar qué rol
cumple en el ejercicio del poder esta capacidad para construir significaciones
y símbolos a través del lenguaje.
Hegemonía
y contrahegemonía: las redes sociales como trincheras de resistencia
En
relación al apartado anterior podemos pensar la dinámica de Facebook en torno a
la disputa por la hegemonía, entendiéndola como la dirección política,
intelectual y moral que establece una sociedad. Lo que resulta más interesante
de esta problemática es la dimensión del consenso, mediante la cual el poderoso
logra que las ideas favorables a sus intereses sean tomadas por la mayor parte
de la sociedad como propias. El ejercicio de este poder reside en el consenso y
no en la coerción. Consiste en la normalización y naturalización de las ideas,
sin historia (son presentadas como si siempre hubiesen sido así) y sin la
posibilidad de pensar que podrían ser de otra manera, es decir, se cierra la
posibilidad de pensamientos alternativos o se los relega a un lugar marginal,
de subalternidad. Desde estas posiciones, que podríamos denominar
contrahegemónicas, buscan configurarse estrategias para disputar esa dirección
política, intelectual y moral de la sociedad (la hegemonía). Y en esta disputa
también entra en tensión el sentido común. Allí es donde podemos ubicar a la
batalla cultural y en el momento histórico que vivimos las redes sociales
virtuales, junto con otras narrativas pertenecientes a las nuevas tecnologías,
son un espacio de resignificación de la misma. En cuanto a si las redes
sociales virtuales pueden ser concebidas o reapropiadas como espacios de
resistencia, Valadares cree que no son “espacios para hacer política en la
resistencia, sino para difundir el mensaje de la resistencia”. Es decir, se
aprovechan las redes por su capacidad de alcance, pero la organización de la
resistencia no se pergenia allí.
Como
hemos señalado, no hablamos de la “verdad” en términos filosóficos sino pensar
la verdad como una cuestión de poder en la que de acuerdo a las tensiones
producidas por las relaciones sociales, se establecen determinados discursos
como verdaderos. Tampoco sostenemos una posición determinista en cuanto a la
influencia de los medios masivos de comunicación e información sobre los individuos.
Afirmamos que existen mediaciones, voluntades y resistencias de los cuerpos
para oponerse a las fuerzas coercitivas de los medios y el poder político. Por
ello le damos una inmensa importancia a la lucha por los sentidos y la
resistencia entendida como respuesta de fuerza simbólica por parte de los
sujetos contra el discurso dominante.
Consideramos importante señalar aquí
los diferentes tipos de decodificación, para lo que nos basamos en Hall, quien
en su texto Codificar/Decodificar (1980) reconoce tres: la dominante, la
negociada y la de oposición. En este punto lo más relevante del planteo de Hall
es la idea de pensar al sujeto de la comunicación como activo y capaz de
disputar sentido, negociar y resignificar. La subjetividad de los sujetos comunicacionales
es la que da sentido a las narrativas de las redes sociales virtuales. Diremos,
brevemente, que la dominante se refiere a la aceptación del mensaje, la
negociada reconoce algunos aspectos, pero cuestiona otros y la de oposición es
la que rechaza el mensaje. Esta última es la que podemos vincular a la
resistencia, tomando como referencia el discurso dominante: una lectura crítica
del discurso legitimado como “verdadero” es una interpretación que se posiciona
como contrahegemónica y que disputa el sentido.
Cuando
hablamos de sentidos disputados nos referimos al aspecto cultural como
transversal en toda práctica social. Tomamos a la cultura como un proceso
social de producción, circulación y consumo de significaciones. Toda práctica
social es cultural, es decir, está atravesada simbólica, histórica y
colectivamente. Desde esta perspectiva la cultura es entendida como la
producción, distribución, consumo y resignificación de contenidos culturales
vinculados a las nuevas plataformas digitales. Es decir, hay nuevas
asignaciones significantes a los productos culturales mencionados. Es al
momento del consumo de un bien cultural donde se ven aparejadas, la explotación
del bien tecnológico y su subjetiva apropiación, es decir, los usos sociales.
Es importante este aspecto mencionado para entender cómo interviene dicha
instancia simbólica en la construcción de la identidad y la ideología a través
del uso de las redes.
La
“grieta”: el conflicto como elemento constitutivo de la política
Uno
de los temas referidos a la construcción de identidades políticas y de
adversarios que se ha discutido en la Argentina en los últimos años ha sido
promovido con mucho ahínco desde los medios de comunicación hegemónicos es el
de “la grieta”. No es
nuestra intención adherir a esta acepción pero sí rediscutirla para poder
resemantizarla y problematizar acerca de qué es lo que está en juego allí y
cómo pueden enmarcarse los temas que hemos mencionado hasta aquí en relación a
este punto. Para esto, en principio retomaremos a Chantal Mouffe, quien en su
texto, “En torno a lo político” postula la siguiente idea: “Otra tesis se
refiere a la naturaleza de las identidades colectivas que implican siempre una
discriminación nosotros/ellos. Ellas juegan un rol central en la política, y la
tarea de la política democrática no consiste en superarlas mediante el consenso
sino en construcción de modo tal que activen la transformación democrática”
(Citado en Saintout, 2013). Desde esta cita podemos pensar en cómo se
establecen las identidades políticas a partir de la delimitación de campos que
defienden intereses encontrados. En este sentido podemos hablar del componente
relacional en el refuerzo de esas identidades (es decir, se constituye, al
menos en parte, en relación a quien identifica como adversario, “ellos”) lo que
implica que estas se encuentran condicionadas por el contexto y no existen como
algo aislado. En el caso de La Batalla Cultural agregamos a lo mencionado
anteriormente sobre la definición de “nosotros” y “ellos”, la siguiente
caracterización de su portavoz: “La Batalla Cultural antagoniza con los
intelectuales orgánicos de la clase dominante, que expresan el discurso de esa
clase en la lucha política. Esto es la imposición de un proyecto político que
les interesa a las clases dominantes. Nosotros somos por antonomasia
intelectuales orgánicos de clase subalterna”[9].
La confrontación nosotros “subalternos” y ellos “dominantes” se piensa en
relación a un proyecto político y a la lucha de clases por la que uno intenta
imponerse sobre el otro. También recurre a un concepto de Gramsci, “intelectual
orgánico”[10]
para definir el rol de este sitio en la construcción de sentido y la batalla
cultural. Justamente, el plano del discurso es fundamental en esta delimitación
de los campos: “La construcción e identificación del enemigo tiene que ver
con la identificación del discurso que expresan esos intelectuales orgánicos y
la producción de un discurso que es todo lo opuesto.”
Retomando a Mouffe, creemos que estas definiciones nos sirven para pensar en el conflicto como categoría constitutiva de la política y a su vez, de la democracia. En esta línea, Saintout[11], afirma: “La puesta en conflicto de las opiniones y las posiciones es encuentro y posibilidad de la democracia” (Saintout, 2013). Por lo tanto, “la grieta” puede ser deconstruida a partir de la idea de que el
conflicto es sustancial para la política, diríamos que no existe esta sin
aquel. Esto sucede porque en la sociedad conviven intereses que son
irreconciliables, como los de los sectores dominantes y los subalternos,
definición que es dinámica porque tiene que ver con el contexto y el desarrollo
histórico de una sociedad, además de cómo se referencian los grupos que
intervienen en la lucha política. Estos aspectos son algunos de los que
influyen en la conformación de bloques históricos, concibiendo a estos como
articulaciones de diferentes sectores sociales en torno a un proyecto político
en común identificando a un enemigo. No pueden triunfar ambos campos al mismo tiempo,
sino que entran en tensión a punto de que es uno de ellos el que se impone,
aunque esto no se dé linealmente ni de forma total, como lo sostuvimos en torno
a la construcción de la hegemonía y a la batalla cultural. Entonces, es en ese
conflicto donde radica esta disputa y por eso podríamos sostener que la
“grieta” sobre la que trabajan los medios hegemónicos, señalándola como uno de
los males que aquejan a la convivencia pacífica, es en realidad la lucha que se
libra entre actores sociales que defienden intereses opuestos. Esa misma
batalla se refleja en el plano discursivo y aquí es donde enlazamos esta
práctica con las redes sociales virtuales, que, como dijimos, buscan reforzar
esa atomización de las ideósferas.
El
sitio que analizamos en este capítulo no es ajeno a esta discusión. Define a la
“grieta” como una zoncera[12] y
establece una diferencia entre la grieta y la “grieta”. Las comillas modifican
el sentido con que se carga a la palabra.
La primera, sin comillas se refiere a la desigualdad social. En tanto,
la segunda, es pensada como un lugar de confrontación política (también en el
plano del discurso), en este sentido más cercano a la forma en que pretendemos
problematizarla en este trabajo. Respecto a este punto, sostiene: “La
zoncera está (...) en confundir la existencia de la grieta con su visibilidad
(...). No hay que mezclar la grieta con la “grieta” (...). La grieta surge en el preciso momento
en que aparece la desigualdad social, desde que los pocos lo tuvieron todo y
las mayorías fueron desposeídas y se quedaron con casi nada, hubo una grieta
que los separó” (Valadares, 2016). Mientras tanto, en relación a la
“grieta”, el autor sostiene que esta existe cuando un gobierno afecta los
intereses de los sectores dominantes, porque en esos momentos se ponen en
evidencia las relaciones de poder. De lo contrario, si los sectores dominantes
poseen el poder político no existe ese conflicto: “(...) es cierto que la
“grieta” entre muchas comillas es una novedad, no existió en la década de los
años 1990, y mucho menos durante la dictadura neoliberal que gobernó de facto
entre 1976 y 1983. No había entonces ninguna “grieta”, nadie andaba peleándose
por política”.
En
síntesis, este conflicto entre las diferentes posiciones en pugna es central
para la democracia porque allí se habilita la discusión política. En las redes
sociales este proceso encuentra en la segmentación de las audiencias un
dispositivo para reforzar la radicalización de las posiciones y la polarización
entre ellas. Pero también nos preguntaremos sobre las formas que adopta la
discusión en el terreno digital, es decir, esos momentos en los que los sujetos
defienden sus ideas frente a otros y se abre un espacio de encuentro (y de
encono) entre las ideósferas, así como por la posibilidad de reconocer puntos
de contacto entre algunas de ellas.
El
desafío de trascender la ideósfera
Ahora
bien, ¿puede generarse un desplazamiento de las fronteras
partidarias/ideológicas en las redes? A partir de la posibilidad de compartir
contenido y en muchos casos no poder acceder a su procedencia, ¿se favorece la
posibilidad de generar mayores consensos más allá de los espacios partidarios?
En este caso podríamos pensar en la posibilidad de una tensión entre el aspecto
ya mencionado en torno a que las redes sociales virtuales tienden a generar
formas mediante las cuales los grupos se cierran sobre sí mismos y al mismo
tiempo la posibilidad de traspasar al menos en determinados momentos esas
fronteras, aparentemente, delimitadas tanto dentro como fuera del espacio
digital. En este punto podríamos pensar si aquí se abre un desafío en torno al
uso de las redes para lograr articular consensos más amplios en relación a un
conjunto de ideas en un momento histórico específico. Es decir, una estrategia
que posibilite interpelar a sujetos y sectores sociales que no se encuentren
dentro del mismo espacio político, social y cultural que nosotros, de modo de
trascender la barrera de la ideósfera y no hablarle sólo a los convencidos. En
este sentido, la práctica política en las redes sufre limitaciones de diversos
factores que alteran la transmisión de los mensajes de una expresión política específica
con intención de convencer, tanto en términos técnicos-materiales (la
mencionada segmentación) como las derivadas de la reproducción de lenguajes
codificados que conforman las ideósferas. En el caso de La Batalla Cultural en
Facebook, Valadares afirma que: “Las redes sociales tienden a generar
espacios endogámicos. Facebook lo es totalmente al hacer interactuar gente que
piensa que está de acuerdo en ciertos temas. Eso nos pasa a nosotros, estamos
siempre hablando entre compañeros, convencidos y es lo que hay que evitar. La
militancia es convencer gente. Sino no hay militancia”. En este aspecto
menciona otra de las dificultades como administrador del sitio en su vínculo
con los usuarios: “El hecho de bloquear gente no significa que no queremos
discutir con esa gente. No se puede, no es el lugar para discutir lo que
quieren discutir. Tenemos que discutir nuestra propia agenda, no abrirnos tanto
o vernos obligados a discutir la agenda de poder. Sino La Batalla Cultural
perdería su razón de existir”[13].
En
su primer libro agrega, a esto último, una mirada superadora en cuanto a las
limitaciones de la virtualidad: “La militancia también es hacer docencia y
no se explica algo al que ya lo sabe sino al que no lo sabe. No es posible
avivar al que ya está avivado. El desafío es hacerlo con el que no lo está, y
esta tarea se la confiamos a usted, que ha llegado a leer este libro”. A
estas ideas que buscan cruzar las fronteras que rigen los espacios digitales
podemos agregar la posibilidad de compartir contenidos que nos brindan como
forma de hacer visible un mensaje a nuestros contactos que no son afines a
nuestra ideología y a partir de ahí abrir la posibilidad de un debate. Otra
opción es enviarlo directamente por mensaje privado a un chat grupal o
individual. También es posible apelar a materiales como videos o memes que se
enmarquen en las lógicas ya mencionadas, como la instantaneidad y la
posibilidad de viralización, para lo que se necesitan mensajes que puedan ser
contundentes, es decir, capaces de interpelar rápidamente al receptor.
A
modo de cierre
Las
redes sociales virtuales se han convertido, indefectiblemente, en un terreno de
disputa simbólica y de sentidos. Conforman un espacio donde transcurren las
discusiones en torno a los proyectos políticos y las ideas que los sustentan,
complementando a otros espacios sociales no virtuales. La virtualidad tiene sus
narrativas particulares y están atravesadas por cómo los sujetos se apropian y
las cargan de sentidos, tanto en el contenido que allí producen, consumen y
comparten, como en las formas en las que esos procesos son configurados.
En
este sentido, vimos a partir de la idea de ciberactivismo que estos medios,
desde el punto de vista de la militancia se utilizan para la difusión de las
ideas, captación de “indecisos” y la convocatoria a ocupar el espacio público.
Al mismo tiempo aparecen las limitaciones que, de alguna manera, imperan sobre
las apropiaciones de los individuos en las redes. Permiten operar, pero
limitan, en cierta medida, el espacio de uso, el tiempo y el alcance. Estas
improntas en la dinámica virtual buscan ser sorteadas por los sectores con
vocación política a través de otros dispositivos y artilugios. Creemos que,
dadas las posibilidades de las plataformas, ese es también el rol que ocupan
los trolls, los memes y la distribución de información falsa, aprovechando el
anonimato, la instantaneidad y la viralización compulsiva. Otra de las
dificultades no profundizada pero central en el análisis es la mencionada por
Hall respecto a la naturalización de lo que creemos conocer, es decir, el
momento del reconocimiento: “cuando el hecho de que el sentido depende de la
intervención de los sistemas de representación desaparece y nos sentimos
seguros dentro de la actitud naturalista. Este es un momento de extremada
clausura ideológica” (Hall, 2017. Pp 184-185) Es la instancia en la que el
sujeto no comprende que su sentido común, sus verdades aparentes, no son más
que “sistemas de representación” con categorías culturales e ideológicas
y posicionan al sujeto político “convencido” en un conjunto de ideas específicas,
tomadas como verdades absolutas. Por lo tanto, no necesitan ser cuestionadas.
Cuando estos sistemas de ideas son compartidos por varios sujetos que a su vez
se reúnen en torno a ello hablamos de ideósferas. Estas poseen un lenguaje y
códigos propios, que se reproducen entre quienes se referencian allí, un
pseudo-ambiente. En síntesis, un sistema de representaciones desde el cual se
concibe a la realidad y se construyen formas de intervenir en ella, en este
caso, desde la acción política.
Desde
allí pensamos en cómo Facebook y las redes sociales virtuales en general
contribuyen a generar aldeas ideológicas y cómo se expresa la confrontación
entre un espacio que defiende un sistema de ideas y otro, que defiende las
opuestas, así como en todos los matices que podemos encontrar en la diversidad
de ideósferas y las formas en las que puedan confluir en los espacios
digitales. Al mismo tiempo nos preguntamos cómo pueden ser traspasadas esas
barreras, hasta qué punto se encuentran delimitadas las fronteras así como
podemos reconocer intereses antagónicos. En este sentido resemantizamos la
palabra “grieta” y la tomamos como forma de problematizar el conflicto como eje
central de la política.
Finalmente,
entendemos que la batalla cultural está destinada a la disputa por el sentido
común de una sociedad. Las redes virtuales están siendo reapropiadas como
prácticas de resistencia y discutidas como espacios de lucha por la hegemonía.
Si parafraseamos un sketch del humorista Diego Capusotto[14] podemos
decir que “cuando una ideología triunfa se convierte en sentido común”. Esto es
lo que subyace detrás de la “grieta” y la lucha por la victoria de un proyecto
político: quién construye hegemonía, quién dirige el sentido común, a quién
favorecen los dispositivos por los cuales esos enunciados circulan y cómo se
redistribuye el ejercicio del poder sobre la sociedad civil. Para eso una
ideología busca triunfar, llevando a la agonía a su enemigo. En esta lucha las
redes son un nuevo frente de batalla y los actores políticos crean estrategias
para reapropiarlas, lo que supone un enorme desafío en un terreno tan dinámico
e impredecible.
Bibliografía
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Valadares, Erico (2016) ¿Por qué
somos así? Catálogo de zonceras del sentido común colonizado. Buenos Aires.
La Batalla Cultural.
Williams, Raymond (1980) Cap. II: “Teoría cultural”. En
Marxismo y literatura. Madrid. Península.
Martín Gabriel Iglesias es
Licenciado en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Quilmes.
Integra el Proyecto de Investigación “Nuevas pantallas: usos, apropiaciones,
narrativas y formas expresivas de las tecnologías de la comunicación digitales”
y el Proyecto de Extensión “Prácticas de comunicación y educación por la
desobediencia sexo-genérica”. Es docente en la Escuela Secundaria de Adultos de
la Universidad Nacional de Quilmes. Cursa el Profesorado de Comunicación
Social. Participa en congresos y jornadas.
David
Daniel Romero es Licenciado en Comunicación Social en la Universidad Nacional
de Quilmes. Docente en la Escuela Secundaria de Adultos de la misma Universidad
e integra el proyecto de investigación: “Nuevas pantallas: usos, apropiaciones,
narrativas y formas expresivas de las tecnologías de la comunicación
digitales”.
[1]Valadares, Erico (2017) Los cracks de
lo nacional-popular. Buenos Aires. La Batalla Cultural.
[2] Valadares, Erico (2016) ¿Por qué somos
así? Catálogo de zonceras del sentido común colonizado. Buenos Aires. La
Batalla Cultural.
[3] A modo de ejemplo, señalamos estas dos
notas:
http://www.perfil.com/politica/ejercito-de-trolls-como-opera-la-nueva-militancia-desde-la-oscuridad.phtml
http://www.perfil.com/politica/como-opera-el-gobierno-en-las-redes-sociales-0326-0052.phtml (Consultados por
última vez: 25/1/18)
[4]“C5N - El Destape: Programa 28/04/2017
(Parte 1)”. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=vN9WudPvUGk (Consultado por
última vez: 26/1/18)
[5]“Darío Sztajnszrajber y la Posverdad -
Intro Futurock Late Night Show”. En Youtube. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=BQn7EZTLhgM (Consultado por
última vez: 19/1/2018)
[6]Este concepto fue acuñado en 1980.
[7]Pasquali, Antonio (1964) Comunicación y
Cultura de masas.
[8] Entrevista a Erico Valadares, realizada
por los autores de este trabajo.
[9]Ídem
[10]Antonio Gramsci reconoce diferentes tipos
de intelectuales. El intelectual orgánico es aquel que defiende los intereses
de una clase o un grupo social en el campo de las ideas. Ver La formación de
los intelectuales.
[11] En el texto citado, la autora trabaja
sobre las identidades políticas en torno a los jóvenes y es en el marco de esa
investigación que realiza esta afirmación.
[12]El concepto de “zonceras” fue acuñado por
Arturo Jauretche en su Manual de zonceras argentinas (1968).
[13]Ídem
[14] “El rol de los medios - Peter Capusotto y sus videos -
Temporada 11”. En Youtube. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=GfgLIbEwPTQ. (Consultado por
última vez: 7/2/18)
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